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Adentrarse en el dolor del otro a través de la acción performática del cuerpo: una manera alterna de concebir la desaparición

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

Entender que cada quien siente el dolor de manera distinta, que ponernos en los zapatos del otro no es posible y que la única posibilidad que nos queda es acompañar el dolor de quien tenemos al frente renunciando a ser expertos en lo ajeno, aplica en la desaparición forzada. El proceso emocional del familiar del desaparecido no es generalizable ni entendible. Sin embargo, escuchar de una manera presente y estar dispuesto a adentrarse en el mundo de quien habla, ayuda inmensamente al proceso.

Una manera de acercarse a la realidad del desaparecido y de su familia la planteó Lina Rondón durante un taller en Cúcuta, Norte de Santander en junio del 2017. Este departamento es el más afectado por la desaparición forzada. Para entender el contexto en Norte de Santander hay que comprender que sus habitantes fueron considerados rebelde durante los años 80 por el gobierno. “Durante el período comprendido entre 1986 y 1990 se realizaron trece paros cívicos en Norte de Santander” (Cañizares, 2010). Estos fueron asociados por El Estado a grupos subversivos. Sin embargo, quien protestaba era la población civil que se sentía inconforme con la falta de políticas públicas.

Norte de Santander ha sido fuertemente atacada por grupos insurgentes. Las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) entraron en los años 70 a la región. Así mismo, “las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), (…) a partir de 1999 arremetieron salvajemente en la región para terminar afianzándose como Bloque Catatumbo” (Cañizares, 2010). En ese momento la desaparición forzada tuvo un pico en la región. Desde mediados de los años 80, se presentó esta trasgresión de los Derechos Humanos por parte del Estado. Estaba direccionado, sobre todo, a grupos que pensaran distinto a la élite gubernamental y lo expresaran abiertamente. Aunque esto es claramente inaceptable, con la entrada de los grupos armados, la desaparición se volvió indiscriminada: todos estaban en peligro y viviendo con el miedo ante la posibilidad de desaparición de sus familiares y de ellos mismos. La desaparición se convirtió, tristemente, en un acto cotidiano en Norte de Santander.

Es posible que jamás se conozcan cifras exactas del número de desaparecidos en la región. Sin embargo, algunas organización han llegado a cifras aproximadas. Según el Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres (SIRDEC) “en el periodo que va de principios del año 2000 hasta diciembre del 2009, se han presentado en Norte de Santander 947 desapariciones” (Cañizares, 2010). La Fundación Progresar expresa que desde 2014 hasta abril de 2016 más de 650 personas fueron desaparecidas. Los números totales giran alrededor de 4121 y siguen en aumento, menciona Luis Alberto Durán, presidente de la Asociación departamental de familiares víctimas por causa de la desaparición forzada, verdad y justicia. Las implicaciones de estas cifras son enormes: 4121 familias tienen a alguien que buscar, que esperar y están viviendo, o muriendo, en la incertidumbre. Por esta razón el Seminario Itinerante A la Escucha llegó hasta Cúcuta en junio de 2017.

Con base en la anterior contextualización, se puede entender la razón de las intervenciones de Lina. La primera tarea propuesta a los asistentes era simple: recrear en grupos cuatro momentos, posando para un lente imaginario que guardaba cada instante. Debían asumir una posición como si esos instantes estuvieran ocurriendo en ese momento y los asistentes que participaron en el taller fueran una familia pasando por un momento de su vida digno de ser recordado a través de una foto.  Se recrearon momentos cotidianos y habituales que hacen parte de la construcción de la idea de una familia común y corriente representados en el compartir de fechas especiales que marcan la memoria de quienes constituyen esa familia, su historia y su dinámica. Fotos en las que se expresa la familia, en todo el sentido que esta implica, a las que cada uno de nosotros puede tener acceso mirando un álbum familiar. Los asistentes escogieron matrimonios, vacaciones, pedidas de mano, almuerzos, paseos, nacimientos, etc. Todos estos, representaciones de la familiaridad. Lina diría “un, dos, tres: cambio” y ellos irían cambiando de una imagen estática a la siguiente. Es decir, si estaban posando para un matrimonio, con la mención de “cambio” de Lina, ellos pasarían al paseo hasta que la foto fuera “tomada”, luego al nacimiento y así sucesivamente, imitando los momentos y las fotos que habían escogido.

[Haga click aquí para ver la dinámica de la actividad]

Los participantes asumieron roles: uno representaba al papá, otra a la mamá, había familias con varios hijos o hijas, e incluso hubo quienes escogieron un rol del género contrario. Para el ejercicio hubo algunos elementos que ayudaron a marcar el ambiente de la foto: peluches, ropa y sombreros hacían parte de los implementos que cada grupo recibió. A medida que se actuaban los momentos, las risas y voces en volumen alto inundaban el salón. Cada cambio implicó una sonrisa en la cara de los participantes, no solo para posar para la foto que estaban representando, sino también como símbolo de diversión generado por el momento.

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

Después de una ronda en la que cada grupo posó las cuatro fotos que habían planeado, la dinámica cambió. Entre cambio y cambio, Lina iba sacando a algunas personas de los grupos y los ubicaba en una esquina del salón. Es decir, si estaban en un matrimonio Lina sacaba, por ejemplo, al padre de la familia. Así, las fotos se descompletaban o fragmentaban, pues los integrantes faltaban. Cuando ocurría esta ruptura de la foto y de la familia al mismo tiempo, los rostros y las actitudes de los asistentes se transformaron. La confusión se instaló en sus caras y el quiebre fue claro. Así, logramos entender por medio de un ejercicio sencillo, la ruptura que significa que alguien desaparezca.

Por otro lado, la experiencia dio un entendimiento de los participantes en cuanto a la corporalidad de las personas. Nos reconocemos en cuerpo y cuando alguien desaparece, se lleva consigo algo de quienes quedaron presentes. Entonces, el cuerpo es reconocido como el estar presente y, así mismo, vivo. El hecho de que falte alguien lleva a reemplazar esa corporalidad con imágenes y objetos representativos de la persona. En la ausencia se crea una nueva concepción de presencia por medio de los recuerdos. Está forma de desarrollar la actividad llega a ser una acción casi performática, una metodología comunicativa que hace que la persona sienta desde su propia experiencia corporal la emoción, la sensación, la transformación del cuerpo físico y familiar, rompiendo con la creencia de un dolor aislado de la cotidianidad. La tristeza y la ausencia rompen con una cronología que forzan al cuerpo a la reacomodación ante la incertidumbre de dónde estará habitando la corporalidad de un otro muy querido.

Con el fin de comprender la corporalidad, se debe entender el cuerpo de tres formas: por un lado, el cuerpo personal. Este se refiere a que cada uno siente la desaparición y se reacomoda a la situación de manera única. La segunda opción, el cuerpo social o colectivo que funciona como una máquina con un ritmo cotidiano, imperceptible hasta que se altera. Esta regularidad de nuestra temporalidad se expresa también en la tercera forma, el cuerpo familiar. Este tiene características de los dos anteriores en el sentido de que se compone de cuerpos personales que crean un cuerpo social. Sin embargo, cada cuerpo familiar tiene características que lo diferencian de los otros, haciéndolos únicos. Un cuerpo familiar puede estar integrado por dos grandes cuerpos personales, madre y padre, y dos pequeños, los hijos. No se puede pretender que se opere de la misma manera cuando falta, por ejemplo, la madre que ante la desaparición de un hijo.

Con el ejercicio se hizo manifiesta una diacronía, que es el rompimiento de los tiempos previamente establecidos por los cuerpos familiares. Lina logró asociar la desaparición forzada al arte performático de los asistentes, quienes tuvieron una sensación similar a la de los familiares que han sufrido la desaparición forzada, pues se enfrentaron a la ruptura de la sincronía desde su experiencia corporal. El quiebre se hizo más complicado de entender debido a que se generó una incertidumbre sobre la explicación y duración de la ausencia del desaparecido.

Esta sincronía fue un descubrimiento al que llegamos durante la actividad. Más específicamente, Lina hizo que los participantes reconocieran una sincronía de tiempos y movimientos, de los que no tenemos consciencia hasta que cambian. La vida opera bajo estos ritmos que se establecen desde nosotros mismos y los que nos rodean. Cuando hay cambios en este modo de afrontar la temporalidad se quiebra lo habitual. Así mismo, ocurre en la desaparición forzada: la ausencia de alguien es una grieta en el camino. Hasta ella caminamos sincronizadamente, con tiempos que reconocemos. Pero cuando nos enfrentamos a la grieta, inevitablemente la temporalidad cambia y con ella la vida. Por eso, las fotos cambiaban cuando alguien faltaba y en muchos casos ya no tenían sentido: matrimonio sin esposa, nacimiento sin hijo. Si el tiempo pasa más rápido o más despacio en las familias de los desaparecidos no es generalizable, depende de la particularidad del cuerpo familiar. Aún así, en el ejercicio se pudo observar una reflexión generalizada en la que el tiempo se aceleró cuando alguien fue ausentado.

Así, se puede afirmar que la desaparición de alguien no se relaciona con que el tiempo se detenga. Al contrario, el tiempo no espera. La vida de los familiares sigue en la cotidianidad, pero con una parte faltante. Esto lo reconocieron los participantes del taller, quienes al final hicieron reflexiones como “Sentí que iba a llorar, pero tenía que seguir porque la vida iba muy rápido”, “Cada vez iba más y más rápido”, “lo primero que uno siente es la tristeza: oiga pero estábamos contentos”, “el entusiasmo no se fue nunca, aunque estábamos cansados”. En otra ocasión, al ser retirada la mamá de la familia, una de las participantes indica que asumió el rol de quién estaba ausente pero dice “nunca me sentí ella”. Es decir, que aunque sí se reconoce que alguien falta, no se puede detener el paso del tiempo ni se puede llenar el vacío que causa la ausencia. En estas reflexiones, Lina enfatizó en la repetición de la palabra sentir, preguntando a los asistentes que la utilizaron en dónde lo sentían. Se dialogó acerca de ese dolor corporal que genera la desaparición de un familiar. Se hizo una comparación con la pérdida de una extremidad: si falta un brazo, el otro tiene que hacer un esfuerzo mayor. Como en la foto: en la reacomodación llenar el espacio de quien faltaba, implicó un movimiento mayor o más largo comparado con la representación de las fotos iniciales donde los roles ya estaban asumidos y nadie estaba ausente.

Los asistentes expresaron que generalmente, la situación de la desaparición es puesta a un lado durante unos días hasta que se hace inminente que el familiar está ausente. La desaparición forzada no es la primera idea que llega a la mente, no parece una alternativa en la cabeza del familiar presente, dice Lina Rondón. Es por esto, que cuando el familiar habla con alguien, reconoce la ausencia física sin que todavía implique que sea definitiva. El desaparecido está ausente y no muerto, por esto el proceso de duelo no se da. No se genera una posibilidad de aceptar la ausencia, pues el vacío es inllenable y se entraña la posibilidad de que la persona desaparecida retorne. Parte de la dificultad de la desaparición forzada se constituye en la ubicación emocional, pues esta se encuentra en un limbo entre la esperanza de que va a aparecer y la desesperanza de que no lo hará. Es, en cierta manera, comparable a las características de un miembro fantasma en el sentido de que se siente presente aunque no lo esté en la realidad física. Cuando una extremidad es amputada, las conexiones cerebrales de esta quedan presentes por un tiempo, en el cual aún se siente la presencia del miembro. De esta forma, aunque no está ya como parte del cuerpo, sí genera sensaciones. Entonces, aunque el desaparecido no esté físicamente, aún se experimenta su presencia y así mismo, su ausencia.

La desaparición forzada tiene esta característica de no poderse ubicar ni en ausencia ni en presencia. Esto hace que se imposibilite la representación del dolor que implica. No es posible medir ese dolor, ni entenderlo completamente, pues el lenguaje no permite ponerle palabras precisas que describen cómo duele. Explicarle a alguien que no ha vivido la desaparición forzada como esta es para mí, es complicado porque implica que quien está escuchando acceda al mundo de la irrepresentatividad del dolor del otro desde su propia experiencia. Se convierte en una conversación complicada ya que no se puede contar solamente con palabras, pues no existen, y quien está escuchando es ajeno a ese mundo del que le están hablando. Además, hay una dificultad de tematizar y representar la incertidumbre que incluye la desaparición. El dolor del otro se convierte así en algo ajeno a nosotros, de lo que no podemos ser partícipes desde lo que sentimos propio pues el otro siente distinto. Entonces, se puede decir que el dolor se establece como una condición de misterio del que está al frente. Por esta razón, no podemos sentirlo como nuestro pues anularíamos al otro como individuo único que comprende y está ligado directamente a su dolor.

A pesar de esta subjetividad que se encuentra en el dolor del otro, sí se puede establecer una vía de comunicación. Para esto, es necesario que quien escucha el dolor se involucre realmente en la conversación y no solo esté ahí. Y ese estar realmente presente se da a través de la corporalidad, escuchando tanto el relato verbal como observando los cambios en la expresión facial ycorporal mientras se narran los hechos a lo largo de la entrevista. En otras palabras, escuchando con toda la corporalidad al al familiar presente a pesar de que esté hablando de un ausente. Respecto a lo anterior Martha Ramon, participante del Seminario por parte de la Fundación Progresar menciona que “hay muchísimas maneras de escuchar” y que veces nos centramos en solo una. Entonces, entendiendo que narrar el dolor implica primero una conversación con uno mismo, que incluye silencios e interrogantes, podemos pensar que esas conversaciones acerca del dolor llevan a un aprendizaje no sólo de quien escucha sino también de quien narra. La enseñanza se da si entendemos a los familiares como los expertos en su dolor que están restaurando las fracturas ocasionadas por la desaparición de un ser querido.

En ese orden de ideas, Lina aboga por el poder que tiene tanto la actitud como la presencia de quien está escuchando la historia de la desaparición forzada. Indica, que es necesario tener cuidado y entender el poder que tiene el funcionario tanto con la palabra como con la escucha. Es necesario entender que los tiempos de quien busca son algo personal y que las familias se aferran tanto a las representaciones físicas de quien ya no está, que encuentran valores emocionales en ellas. Los detalles y diferenciadores de los que habla la familia adquieren una especial importancia. Incluso, durante el proceso de búsqueda no es extraño que reporten ver marcas de nacimiento del familiar desaparecido en otras personas. Lina les indicó a los participantes que pensaran en su propia corporalidad. Esto permite iniciar una escucha con toda la expresión corporal, lo que genera que también se encuentre al otro no solo desde el relato verbal, sino desde toda su presencia que está conectada a la experiencia emocional. En este punto, cabe mencionar otra de las enseñanzas de Lina: evidenciar la importancia referente a que el duelo solo sucede con la presencia del cuerpo. En la desaparición forzada no hay pérdida, sino ausencia. Por esto, la situación imposibilita la idea de elaborar una pérdida, porque hay posibilidad y esperanza de presencia, retorno y sobretodo de vida.

Por medio de la exposición de los participantes a la sensación de incertidumbre y el miedo de no saber qué sucede en el presente ni qué sucederá en el futuro, Lina logró una sensibilización de los asistentes cercana al suceso de la desaparición forzada. Sin embargo, “cada quien es experto en su dolor”, dice, y no se puede pretender entender cómo duele el otro. Un ejemplo, dice Lina, es la reacción de los Wayuu ante la desaparición. Cuando sucede en su comunidad, supera lo que ellos creen que un ser humano podría llegar a hacer. Al transgredir ese límite de lo posible, excede como acto su sistema de creencias y su cultura. Esto es una muestra de cómo las experiencias de dolor y sufrimiento son transformadas y vividas dependiendo de cada cultura. Esto no debe ser entendido a modo de obstáculo para acompañar e intentar que la esperanza no se torne en desesperanza. “Seamos esa ayuda, seamos ese soporte para esas personas, ayudémosles a salir adelante. Los estamos escuchando y eso es lo importante” dice Lina en relación a la fundamental labor de quien recibe y hace seguimiento de los múltiples casos de desaparición forzada que se denuncian a diario.

Entonces, podemos entender que la desaparición forzada no se encuentra en la ausencia ni en la presencia, sino sobre todo en la incertidumbre. Ese “no saber” se remite a una tensión constante entre esperanza y desesperanza que transitan los familiares a lo largo de todo el proceso de búsqueda. La presencia que se da en parte por los objetos que se dejaron y las memorias que estos incluyen, es considerado un amuleto de fuerza para quien busca. Por otro lado, la ausencia está representada en la cotidianidad y es visible en la afectación de los roles familiares. Lina utiliza varios ejemplos para explicar esto: el primero se remite a las costumbres que eran parte de quien desapareció, y en su ausencia se desvanecen también los rituales:

“no hemos vuelto a comer patacones, Jose? llegaba todos los domingos de la finca con una mano de pla?tanos verdes para que le hiciera los patacones y llegaba y me convenci?a y yo teni?a que levantarme como a las 5 de la man?ana a prepara?rselos, era mucho lo que le gustaban a e?l los patacones, me deci?a tome con agua de panela y me haci?a esos ojitos y siempre me convenci?a(…)” (Rondón, L., & Méndez, C., 2015, p.59)

De esta manera, se puede afirmar que con los desaparecidos se desvanecen también las costumbres familiares que giraban alrededor de ellos. Así mismo, se crean asociaciones, en este caso de José y los patacones, que se tienden a evitar dado que recordarlos implica ver que no están, que duelan y falten en su ausencia pero al mismo tiempo estén presentes.

Sin embargo, la palabra es un ejercicio muy valioso que cargado de símbolos, permite hallar formas de hacer el relato verbal más familiar a quien escucha. En ese sentido, Lina propuso otro ejercicio en el cual por medio del cuento infantil “Eloisa y los bichos” (2012) de Jairo Buitrago y Rafael Yockteng, explica cómo los roles familiares se afectan y cómo unos tienen que tomar el papel de los que desaparecieron. La historia cuenta como Eloisa y su papá llegaron a una ciudad nueva en la que todo es tan extraño para Eloisa, que se siente entre bichos raros. La niña se siente sola, pues su madre no está y su padre, al buscar a su esposa, también se ausenta simbólicamente de su rol familiar. Esto nos lleva a una reflexión acerca de la profunda fractura que sufren los sistemas familiares cuando alguien es desaparecido. Las personas que quedan tratan de llenar los vacíos de los ausentes con sus acciones. En el ejemplo del cuento infantil, el hombre deja de hacer su rol de padre, mientras intenta llenar de alguna manera el vacío que deja la madre. Entonces, faltan madre y padre.

Eloisa y los bichos (2012). Jairo Buitrago

Por otro lado, se presenta una contradicción pues hay, en ocasiones, una repetición compulsiva de los rituales que representan la “presencia” del desaparecido. Ejemplos de lo anterior son servir todos los días el desayuno para esa persona o dejar el cuarto tal y como quedó cuando desapareció. La contradicción se presenta, porque al mismo tiempo que algunos rituales se repiten, otros se desvanecen. Hay una anulación de algunos rituales de la vida cotidiana como celebrar el día de la madre o, como se ejemplifica en el ejemplo de José, dejar de comer patacones. Este es un punto que afirma lo paradójico de la desaparición forzada, en donde no es ni uno ni el otro: ni se congelan todos los recuerdos ni se repiten todos los ritos.

Para complementar esta idea, Lina explicó a través del cuento “Camino a casa” (2015) de Jairo Buitrago, las diferencias de cómo se expresa el dolor y las múltiples metáforas que nacen en la desaparición. Lina se valió de este cuento para explicar, mediante la historia de una niña a quien acompaña un León que representa su padre desaparecido, que la desaparición tiende a ser mucho más que la violación de unos derechos y bienes jurídicos. La desaparición excede la racionalidad y emocionalidad del ser que tiene que vivir con la ausencia en la imposibilidad de la acción. Las expresiones de sufrimiento son distintas en cada persona, no generalizables y “se deben abordar desde la noción de sufrimiento y no desde la de trauma o enfermedad”, recomienda Lina. Lo anterior se refiere a dar la posibilidad al familiar del desaparecido de ser alguien que sufre pero no encasillarlo en ninguna categoría estereotípica pues no sólo es sufrimiento.

“Los familiares de las personas desaparecidas no son solo madres, padres o hijos en duelo infinito, suspendido, no son solouna comunidad del dolor, que se reconoce en otros con quienes comparte y comunica su queja, son sobre todo personas que luchan con vehemencia por recuperar el sentido que les ha sido negado, por volver a unir aquello que ha sido roto delante de ellos.” (Informe Hasta encontrarlos, 2016, p.16)

Al permitir el sufrimiento de alguien y entenderlo como diferente de los otros, se puede crear una relación que tiene en cuenta los tiempos mentales del familiar del desaparecido. Uno de los puntos claves en este contexto es que la muerte solo puede ser traída a la conversación por el familiar, porque si el funcionario la menciona primero es “asesinar simbólicamente al desaparecido”, explica Lina. Pero esta idea de matar por medio del lenguaje se puede instaurar en la conversación de otras maneras. Por ejemplo, es importante evitar hablar del desaparecido en pasado, pues hablamos en ese tiempo verbal de alguien que falleció. Por ejemplo, el interrogante ¿cómo se llamaba? se puede cambiar por ¿cómo se llama? Hablando en presente nos ubicamos como oyentes en el mismo tiempo del familiar que está narrando. Para quien está en la búsqueda no es fácil enfrentarse con la posibilidad de que su familiar esté muerto. Y esto, en muchas ocasiones puede retrasar la búsqueda, dado que hay una resistencia con llevar las cartas dentales o historias clínicas que permitirían reconocer a quien está ausente. Las cartas dentales se utilizan para identificar un cadáver, un cuerpo sin vida. Las historias clínicas permiten hacer concordancia con los huesos, remiten a el momento de la muerte, a un cierre que en la desaparición no es la única posibilidad para los familiares. Entregar esto implica estar más cerca a la muerte del ser querido. En los casos de desaparición, sin embargo, hay esperanza de presencia y retorno del familiar. Si el funcionario escucha y es destinatario del dolor de quien está narrando, se puede pensar que el fin último del trabajo psicosocial es el de “reconstruir la sociedad y las trazas de humanidad que han desaparecido”, como afirma Lina.

También, se puede decir que es el paso del tiempo el que hace notar la desaparición. Los vacíos se presentan en la ausencia y durante este proceso entra a jugar un papel determinante la connotación social que refiere el ser desaparecido. “Si lo desaparecieron fue por algo” es una frase común a la que se deben enfrentar los familiares de quien está ausente. Pero, como considera Wilfredo Cañizares, de la Fundación Progresar, la desaparición forzada es un hecho injustificable y no existe un “algo” por el cual desaparecer. En ese orden de ideas, el dolor del familiar es un proceso que desborda la experiencia de vida, llegando a ser catastrófico, y superando incluso las experiencias traumáticas, perdurando en el tiempo, descomponiendo un orden que parecía establecido (Gatti, 2008).

Es de notar, que este estado de “estar ausente” no se puede ubicar en la dicotomía de vida y muerte, por eso el “no saber” es un factor que se debe tratar de entender como una incertidumbre generadora de angustia en los familiares. Lina explica que las familias y conocidos de los desaparecidos deben construir a esa persona desde su ausencia, ¿cómo es posible construir identidades desde el vacío? El agujero que queda está inyectado por la búsqueda que, cargada de ilusión y esperanza, inclina la escala hacia la vida del ser querido. Esta esperanza no solo se da en el momento de encontrar. El proceso de buscar y obtener avances, por pequeños que sean, implica ya ver una luz en la oscuridad. En otras palabras, se intenta darle una habitabilidad al vacío con distintas narrativas, ya sea con aquellas que desean llenarlo o con aquellas que pretenden resaltar su ausencia y convivir con ella.  En la desaparición los familiares oscilan entre la esperanza y la desesperanza. Un ejemplo de ello lo menciona Lina con la frase “no eras valiente con tu padre, te volviste valiente en su ausencia”. Con esto, Lina resalta la posibilidad de construir identidad aún en las ausencias, pues aunque el desaparecido se lleva una parte de quienes quedan, la intolerancia a la incertidumbre que presenta el ser humano, empieza a generar una relación ante ese vacío lleno de preguntas.

Al final, logramos entender que el funcionario tiene la opción de acompañar de manera humana desde toda su experiencia vital y corporal un proceso que de por sí ya es escabroso y macabro. El hecho de asistir a una entidad a pedir ayuda implica creer que desde ahí se puede lograr algo. Es depositar confianza en quien escucha la historia que es la narración del desaparecido vivo: “vienen a buscar de parte de quien escucha algo que les devuelva la vida”, dice Lina. El familiar le está entregando un trozo de sí al funcionario, que debería concebir la magnitud de lo que esto significa y no tomarlo como una historia más. Si entendemos que la desaparición forzada excede dramáticamente la capacidad de entender, podemos ubicarnos en una posición más cercana al dolor del otro, sin pretender ser expertos en él, pero dando un acompañamiento y apoyo durante el proceso de búsqueda.

De este modo, y en relación con lo mencionado en los párrafos anteriores, Lina muestra la relación entre contexto, narración, emoción y expresión corporal. Por medio de los ejercicios y reflexiones, expone a los participantes a una nueva vivencia que supera el vaivén del espacio-tiempo habitual, evidenciando la importancia de la escucha ante quien conoce al desaparecido. Pero, de nuevo, depende de los mecanismos de afrontamiento de cada individuo puestos en la escena de la vida diaria, esa escena que como el teatro cuestiona el límite de la identidad al que Lina pretende acercar. Esta idea de escenificar a través del cuerpo implica una experiencia casi vivencial de la situación del otro que está ligada al teatro y a esa necesidad de perfeccionar al personaje a quien se representa sobre las tablas. Asimismo, según la propuesta de Lina, es necesario que los funcionarios entiendan la magnitud del escenario de la desaparición forzada. Lina propone una dinámica de sentir en el cuerpo la desaparición del otro, teniendo en cuenta los tiempos del familiar para asimilar las diferentes partes del proceso y resaltando que no es lo mismo decir que hacer sentir.

Para concluir, Lina propone una nueva forma más cercana de escuchar la desaparición forzada. De esta forma y desde la corporalidad podremos llegar a entender mejor este acto grotesco que tanto tiempo lleva azotando a nuestro país. Ahora, que nos encontramos enfrentando un momento de posconflicto, es imperante aprender distintos métodos para escuchar la desaparición y de esa manera llegar a entenderla de una forma más empática y presente. Esto parte de la premisa de que “no hay mayor aprendizaje del que nos puede dar otro ser humano”, como menciona Lina. Lo anterior aplica en el contexto de la desaparición forzada de dos formas. La primera se refiere a que el familiar ha estado ligado a esa persona que desapareció pues aprendió de ella, creó lazos emocionales y lo conectó a ciertos rituales. Toda esta construcción de la persona, debe ser parte de lo que escuchemos acerca de la desaparición forzada. En esta se genera una congelación del duelo, no se puede llorar porque el familiar no está muerto. El desaparecido representa una ausencia física del cuerpo de la persona que se ve suplida por elementos materiales, como los objetos que dejó o sus fotos, y por elementos mucho más emocionales como los recuerdos o los ritos. La otra forma que se presenta en el caso de la desaparición forzada es el de la importancia que tiene el familiar como ser humano y cómo el funcionario debe asimilarlo como tal. No tomar las declaraciones como una más, sino darle especial importancia a los detalles puede significar algo enorme tanto para quien está narrando como para el proceso de búsqueda. Entonces, podemos decir que si escuchamos más allá de la historia narrada, desde nuestro propio cuerpo, podemos lograr acercarnos al otro, a su manera de sentir y de doler.

 

Referencias bibliográficas:

Buitrago, J., & Yockteng, R. (2012). Eloísa y los bichos. El jinete azul.

Buitrago, J. (2015). Camino a casa. Fondo de Cultura Económica.

Cañizares, W. (2010). Tantas vidas arrebatadas. La desaparición forzada de personas: una estrategia sistemática de guerra sucia en Norte de Santander.

Centro Nacional de Memoria Histórica (2016), Hasta encontrarlos. El drama de la desaparición forzada en Colombia, CNMH, Bogotá.

En 33 municipios de Norte de Santander hay más de 4.000 personas desaparecidas. (2016). Www.caracol.com.co. Fecha de consulta: 10 de Agosto del 2017. URL: http://caracol.com.co/emisora/2016/05/23/cucuta/1464013907_414344.html

Gatti, G. (2008). El detenido-desaparecido: narrativas posibles para una catástrofe de la identidad. Ediciones Trilce.

Rondón, L., & Méndez, C. (2015). Procedimiento Estándar para la Entrega Real o Simbólica de Cadáveres a Familiares de Víctimas de Desaparición Forzada. Bogotá: EQUITAS. Consultado 20 de agosto de 2017. URL: https://issuu.com/equitascolombia/docs/documento_entrega_real_o_simbolica_

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