Escuchando la voz de los desaparecidos: “Me hablarás del fuego”
Conferencistas: Javier Osuna, autor de Me hablarás del fuego. Magister en investigación social interdisciplinar de la Universidad Distrital; Comunicador Social y Periodista de la Universidad de la Sabana. Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (2009) y Premio Nacional de Periodismo Círculo de Periodistas de Bogotá.
Me hablarás del fuego es un valioso testimonio periodístico y humano sobre la barbarie paramilitar acaecida con los hornos crematorios en Norte de Santander. Javier Osuna, el investigador, ha sido amenazado y perseguido, pero su voluntad lo llevó a rastrear las identidades de las víctimas y a escribir un relato para que lo que ocurrió no vuelva a suceder jamás. Un texto estremecedor que explora la maldad de la guerra, el testimonio de los perpetradores (que pronto recobrarán su libertad) y que, al mismo tiempo, rinde homenaje a la vida que trasciende más allá de las cenizas.
Javier Osuna es magister en investigación social interdisciplinar de la Universidad Distrital, graduado de Comunicación Social y Periodismo en la Universidad de la Sabana. Su libro Me hablarás del fuego es un trabajo de investigación periodística sobre los hornos crematorios en Norte de Santander (Juan Frío y Pacolandia) donde los paramilitares del Frente Fronteras, comandados por Jorge Iván Laverde Zapata, alias “El Iguano”, incineraban a sus víctimas ante la amenaza de las exhumaciones que estaban adelantando las instituciones del Estado, con las cuales los cuerpos que desenterraran de las fosas comunes podrían servir de evidencia para imputarles cargos. Sin embargo, a los hornos no solo llegaban cadáveres sino también personas vivas.
El libro aborda el proceso de elaboración de duelo cuando no se tiene evidencia física del ser querido al que se perdió, y la importancia de nombrar la pérdida, la persona para estos casos específicos. Asimismo, explora el papel de las prendas de las víctimas que murieron incineradas en estos hornos, y cómo estos se convierten en objetos preciados, tanto porque hacen posible el reconocimiento de sus familiares así como porque pueden convertirse en pruebas judiciales. En este sentido, el libro de Osuna, más que una denuncia del horror, es una apuesta de construcción de memoria y de darle a voz a quienes la desaparición forzada se las quitó. Sin embargo, esta apuesta está atravesada por el miedo. El hecho de que las zonas donde viven los familiares de los desaparecidos permanezcan aún bajo el régimen de terror de los paramilitares, no permite al autor nombrar a las víctimas de este crimen con nombre propio. Como medida de protección a los familiares, Osuna se ve obligado a usar nombres falsos, realizando así lo que él denomina un ejercicio de memoria anónimo.
Osuna tampoco estuvo exento de los riesgos que implica su ejercicio periodístico para su seguridad personal. Durante el proceso de escritura del libro sufrió un atentado en el que le quemaron el computador y todos los equipos donde tenía los archivos de su investigación. Aunque contaba con medidas de protección de la Unidad Nacional de Protección, estas no fueron suficientes y sí entorpecían su trabajo. Muchas de las familias de las víctimas cortaron el contacto con él luego de enterarse de su atentado. Esto no solo entorpeció su re-investigación, pues tenía que recuperar las entrevistas que había hecho antes del atentado, sino que también lo pone en una situación de incertidumbre acerca de lo que ocurrió con esas familias; si perdieron el contacto con él porque temían alguna retaliación en su contra o si efectivamente les pasó algo y él no tuvo manera de saberlo. Luego del atentado Osuna recurre, en busca de ayuda, a una organización para la libertad de prensa.
Respecto a los paramilitares que se acogieron a la Ley de Justicia y Paz, estos están próximos a salir a la libertad tras haber cumplido su condena. Frente a este panorama, Osuna se cuestiona por la situación de seguridad de periodistas que contribuyeron, por medio de sus investigaciones, a que muchos paramilitares fueran justiciados; se cuestiona por las garantías de no repetición.
En el espacio del coloquio Javier Osuna cuenta cómo fue su experiencia personal durante el proceso reseñado anteriormente, que tuvo como resultado final su libro. Pero antes, Juan Pablo Aranguren abre el espacio con una breve introducción sobre lo que es A la escucha. Seguido de esto, presenta a Javier Osuna destacando la importancia de su trabajo por las lecciones que deja éste para la investigación en Ciencias Sociales, sobre lo que significa la desaparición forzada, y las lecciones éticas sobre lo que implica escuchar el lugar de la ausencia del desaparecido.
Javier Osuna toma la palabra y empieza a conversar sobre la maravilla que son los libros porque desarrollan una vida propia que les permite tejer unas relaciones con los lectores, pues las interpretaciones que estos le dan a lo que está escrito van más allá de lo que se imagina el autor. En esto consiste la maravilla de compartir, a través de la escritura, con personas de diferentes profesiones y sensibilidades.
A manera de introducción del libro, y la propuesta que éste desarrolla sobre la construcción de la ausencia del desaparecido desde el pensamiento del paisaje, Osuna relata una anécdota personal. En esta, cuenta que en su infancia estudió en un colegio en el norte de Bogotá que quedaba en un terreno rural. En los alrededores del colegio, sobresalía una finca, que parecía más bien una quinta, en el sentido que era muy ostentosa. Este lugar despertaba el interés de muchos de los niños que estudiaban en este colegio y empezó a generar cierta obsesión en ellos, puesto que pasaban delante de la finca todos los días. Esta obsesión se materializó en acción cuando muchos de los estudiantes decidieron adentrarse en la finca y botarse a la piscina. El juego de “gorrear” piscina les permitía acercarse a una vida inaccesible en su cotidianidad. La finca, sin embargo, era de Gonzalo Rodríguez Gacha, uno de los narcotraficantes más emblemáticos del cartel de Medellín. La ingenuidad de quienes se atrevían a entrar a la finca de un personaje tan peligroso como Rodríguez Gacha condujo a Osuna a un proceso de cuestionamiento y reflexión sobre cómo estos muchachos exponían su vida por divertirse y se relacionaban con el paisaje de una manera muy ingenua, pues no había mecanismos de comunicación efectivos entre los padres y los hijos, o entre los maestros y los estudiantes, que les informaran sobre el peligro implícito de trasgredir los límites de este terreno.
A partir de esta anécdota, y el proceso reflexivo que la acompaña, Osuna concluye entonces que los seres humanos tenemos diversas maneras de relacionarnos con el paisaje. Siempre le han llamado la atención los espacios porque identifica una relación muy potente que los seres humanos tienen con estos pero, paralelamente, le asombra la poca reflexividad que existe en torno a esta relación. Es precisamente este vacío el que lo motiva a escribir su libro, Me hablarás del fuego. La experiencia del libro tiene que ver con la reflexión sobre el paisaje y la relación sobre el espacio que, a su vez, depende de la información que tenemos sobre el mismo.
El desarrollo del libro, asimismo, estuvo influenciado por la experiencia que Osuna tuvo cuando hizo parte del proyecto periodístico Verdad Abierta. Esta plataforma nace en paralelo al desarrollo de la Ley de Justicia y Paz. Esta Ley resuelve situación jurídica de excombatientes paramilitares, ofreciéndoles a estos una pena alternativa de cinco a ocho años de prisión. Actualmente, estos excombatientes, que ya cumplieron su pena alternativa, están recobrando su libertad. El principal objetivo de este proyecto era hacerle seguimiento a los espacios de versión libre bajo el marco de dicha Ley, pues en estos tenían lugar las confesiones de los paramilitares sobre los crímenes que habían perpetrado. En estos espacios, los excombatientes daban su versión al frente de un juez y de los familiares de las víctimas. La primera versión libre que cubre en Caquetá, sin tener claro cuál era su trabajo como periodista, marca profundamente la vida de Osuna En este momento, inicia un cuestionamiento por el lugar del periodista: ¿cuál es el rol de periodista en las confesiones de verdad? Sin embargo, a pesar de que estaba el cuestionamiento, la reflexión en torno al mismo era incipiente para el momento.
Con los años, Osuna empieza a elaborar la reflexión sobre los cuestionamientos que inicia durante su trabajo en Verdad Abierta y resuelve que el lugar del periodista es con las víctimas. Refiriendo a otra experiencia personal durante el cubrimiento de las declaraciones de versión libre, Osuna relata que él se da cuenta que hay una persona en la sala tomando fotos, una persona a la que nadie se le acercaba. Simultáneamente, hay una señora en la sala llorando, cosa que él no entiende pues el testimonio no le parece en absoluto conmovedor. Indagando sobre el porqué del llanto de esta señora, descubre que el señor que tomaba las fotos era hermano del paramilitar que estaba confesando; la señora estaba llorando por miedo y no porque estuviera conmovida por el testimonio. Osuna se da cuenta, ahí, que realmente no existen garantías de no repetición. En su afán de hacer algo por cambiar esta situación, denuncia que alguien está tomando fotos y lo echan de la sala. María Teresa Ronderos, su jefe en Verdad Abierta, le pregunta por qué perdió el control durante la audiencia: “Javier, está muy bien la indignación, pero la indignación tiene que convertirse en algo más poderoso”. Esta reflexión lo lleva a él a entender la indignación como la base de la solidaridad. Indignarse por el dolor del otro es lo que lo que debe motivar el actuar. Pero, para indignarse por el dolor del otro es necesario saber y, a su vez, este saber se convierte en necesidad de informar.
Las reflexiones en torno a los diferentes acercamientos al paisaje empiezan a consolidarse a partir de un video que le muestra un colega periodista, filtrado de la Fiscalía General de la Nación, en el que sale Jorge Iván Laverde Zapata confesando que fue él quien ordenó la construcción de los hornos crematorios con el fin de desaparecer cualquier evidencia que pudiera inculparlos. Supuestamente, las personas que llevaban a estos hornos las mataban, primero, y después los incineraban. Cuando Osuna ve el video por primera vez lo primero que se le viene a la cabeza es el holocausto, las dictaduras del cono sur, de El Salvador y Fujimori. Todas estas son situaciones que utilizan el fuego para desaparecer a seres humanos. Al día siguiente pasa algo que cambia su manera de hacer periodismo. Osuna se da cuenta que lo único que hacen los medios de comunicación es construir la historia del perpetrador; el testimonio del postulado como la verdad revelada es lo que reproducen los medios. ¿Dónde queda la voz de las víctimas? Ese día prometió no volver a ejercer un periodismo que surja únicamente del testimonio del victimario o del poderoso. Se empieza a obsesionar con la idea de la desaparición, las dinámicas que generan en las familias, pues esta forma de victimización deja la vida suspendida, del duelo suspendido, es algo muy doloroso.
En el 2010, Osuna sale de Verdad Abierta y empieza una investigación que culmina en el libro. El libro intenta reconstruir el paisaje de lo perdido, de ahí la importancia de la imagen en el mismo. Para mostrar esto, Osuna se apoya en una foto de los hornos crematorios Juan Frío y Pacolandia, y cuenta que ambos se encuentran a no más de treinta minutos de Cúcuta. Esta cercanía con una ciudad principal, y el hecho de que hayan podido operar tanto tiempo de manera clandestina, da cuenta de los nexos entre el paramilitarismo y el Estado que permitieron el sustento estructural de este horror; el Estado hizo parte y fue cómplice de la estructura paramilitar. Tanto así, que lo que había en Norte de Santander era un estado paramilitar, solo así se entiende que se hayan incinerado más de 500 personas en estos hornos a las afueras de Cúcuta, entre 2001 y 2003.
Sin embargo, como no existen garantías de no repetición, las personas que pueden dar testimonio de lo que ocurrió no quieren hablar. Osuna se da cuenta de esto en su proceso de investigación cuando dura 3 años tratando de contactar a los familiares de los personajes del libro. El trabajo con ASFADESS es lo que le permite a Osuna habla con la madre de Luis, quien le cuenta la historia de su hijo. Esta madre iba a las instituciones y no la ayudaban, por lo que llegaba a su casa a llorar al lavadero. Cada vez que lloraba en el lavadero aparecía un cucarrón, hasta que un día ella se refirió al cucarrón como Luis. Esto da cuenta de un ejercicio que mantiene vivo a Luis, y es esta anécdota la que termina por potenciar las demás motivaciones y reflexiones que culminan en el libro.
A partir de las fotos que muestra Osuna en la presentación, él hace un ejercicio de reflexión en el que da cuenta de la dificultad de acercarnos a estos espacios y desentendernos de las implicaciones que tiene ver restos de ropa, zapatos, y otros indicios físicos que dan cuenta de las personas que sufrieron el horror de esos hornos. El trozo de ropa ya no es el objeto, sino el rastro de una persona que padeció cualquier clase de infamias. Al ser humano no se le puede desaparecer del paisaje como si fuera una cosa; los contornos de su ausencia en el paisaje son la posibilidad permanente de trascender que tienen las víctimas de estas muertes infames. El libro, por lo tanto, no solo da cuenta de los crímenes que ocurrieron, es un homenaje a tres seres humanos que fueron incinerados. Solo cuando somos capaces de nombrar la perdida podemos sentir solidaridad con el dolor de la desaparición; solo así entendemos que lo que se perdió es absolutamente irreparable. A los seres humanos no se les desaparece como cosas. Los desaparecidos nos hablan desde los espacios que habitaron en su cotidianidad. Aunque ellos ya no estén presentes físicamente, ahora están presentes a través de la ausencia; la presencia se transforma, mas no se desaparece.
Osuna concluye reiterando que hay que entender que no se puede desparecer un ser humano. Específicamente, no se les puede desaparecer del paisaje, y la única forma de mantenerlos vivos es escucharlos. El problema es que no hemos aprendido a escuchar la voz del desaparecido. El desaparecido no está muerto, está ausente. Sin embargo, este ejercicio de escucha implica también darse cuenta que las víctimas son heterogéneas, en el sentido que no todas son buenas. También hay víctimas malas, o que no nos agradan como quisiéramos que lo hicieran. Es necesario entonces dinamizar el discurso de que las víctimas son las buenas y los victimarios los malos. El libro es un homenaje a la vida que trasciende más allá de las cenizas, un homenaje a los contornos de la ausencia que dejan los seres humanos desaparecidos. Esto es lo que permite generar solidaridad.
El espacio se cierra con Osuna entonando, al son de su guitarra, una canción que escribió cuando murió su papá, pero a la que le puso melodía con las familias de los tres personajes del libro. Esta canción es, como lo es el libro, un homenaje a las personas que murieron en los hornos crematorios de los paramilitares en Norte de Santander.