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En la vida vale la pena enojarse. Prefiero esto, que ser silencio

“Yo soy todo lo que recuerdo y vos, todo lo que has olvidado.

Yo me muevo entre las cosas, vos entre fantasmas cansados”

Gabo Ferro

Juan Manuel Echavarría (2009)

Víctima y observador de la violencia, Javier Osuna ha sido uno de los periodistas interesados en narrar las historias particulares del conflicto colombiano. Llegó a estos temas,  por el auge del paramilitarismo durante los diálogos en el marco de la Ley de Justicia y Paz, lo que para muchos de la generación de los 70s, 80s y 90s causaba una indignación muy potente. Estando en la Universidad entró a un semillero que le permitió ser parte de la primera generación de Verdad Abierta. Allí, tuvo la posibilidad de asistir a las declaraciones que realizaron jefes paramilitares en el marco de dicha ley. A partir de ahí, pudo darse cuenta que en Colombia se hacía un periodismo centrado en la versión de los perpetradores, dejando a un lado las historias de las víctimas. Esto le permitió sintonizarse con el dolor de los demás y empezar a proponer un periodismo desde quien narra su propia historia y no desde quien luego cuenta (Entrevista realizada a Javier Osuna, s.f.). De este modo llegó a un territorio, donde los paramilitares habían silenciado a través del miedo y del fuego: Norte de Santander.  Allí se encontró con la brutalidad de la desaparición forzada. En concreto, fue Javier quien se atrevió a documentar y a establecer narrativas alrededor de los hornos crematorios de Juan Frío y Pacolandia. En estos dos lugares se llevó a cabo una  desaparición forzada sistemática, que trató de eliminar cualquier rastro a través del fuego. Con lo cual las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) ocultaron sus delitos en el marco de los diálogos entre este grupo armado y el Gobierno de Álvaro Uribe Vélez.

Es 14 de junio de 2017, nos subimos al avión después de toda una aventura para poder abordar con todo el equipaje a tiempo. Cuando vi a Javier me pareció bastante jóven, lo relacioné con la valentía, pues los jóvenes aunque somos audaces muchas veces nos dejamos silencia por el riesgo de poner nuestra vida en la cuerda floja cuando se habla de violencia política y guerra. Ya sólo se trataba de esperar a que el vuelo arrancara y aterrizara en Cúcuta. Desde que nos bajamos la percepción térmica la sentí más alta que en la jornada pasada, no sé si relacionarlo con la “calentura” que sentía Javier al estar en Norte de Santander o simplemente pensar que eran las condiciones del espacio. Cuándo nos bajamos del avión a su encuentro, nos dijo que aún no podía salir del aeropuerto, teníamos que esperar a que le avisaran el momento en el que fuera más seguro para él.

Al salir del aeropuerto nos encontramos con una camioneta blindada con un par de escoltas y 4 agentes militares estatales que nos acompañaron hasta el hotel. Yo me fui con Javier en la camioneta, recuerdo que le preguntamos con Ana Carolina sí esa era su seguridad habitual, aunque dudó al responder, fue infalible al afirmar que sí, con una expresión facial que decía “no puedo hacer nada al respecto”. En el trayecto, también habló un poco de lo mucho que le impresionaba que una ciudad capital como Cúcuta tuviera a menos de media hora los hornos crematorios sobre los que narra en su libro Me hablarás del fuego. La temperatura de Cúcuta, las sensaciones de Javier al estar en Norte de Santander, los hornos crematorios: ya ibamos entendiendo porque la percepción térmica en esta ocasión era más alta.

Llegamos al hotel Bolívar a iniciar la segunda jornada de A La Escucha con los funcionarios públicos de la zona del Catatumbo. En el aire se sentía la expectativa de tener a Javier Osuna presente, hablando directamente de su trabajo investigativo que llevó a denuncias en esta zona de Colombia. Inició valorando la labor del Seminario, afirmando que “si no hablamos con diversos saberes no generamos realmente ninguna transformación”, algo que aplicó a lo largo del día. Pues, como lo mencionaré más adelante utilizó música, poesía, recuerdos propios y de los participantes. Así mismo, continuó denunciando, mientras explotaba lo expositivo y luego, lo narrativo.

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

Esto último es importante mencionarlo, pues su herramienta se basa en su labor profesional diaria, un periodismo narrativo que no busca hablar desde la distancia. Sino por el contrario, untándose las manos, yendo a los terrenos, compartiendo con el otro y la otra para llegar a la construcción de historias desde distintas miradas de los hechos. Esto representa la forma y metodología desde la cual se aproxima Javier Osuna, un periodismo narrativo, literario, que como dice Leila Guerriero (2010) “es, ante todo, una mirada –ver, en lo que todos miran, algo que no todos ven– y una certeza: la certeza de creer que no da igual contar la historia de cualquier manera”. Javier dice que somos un país con ausencia de narrativas, de ahí su aproximación, pues darle voz a aquellos que no tienen voz, es lo que para él permitirá la construcción de un país diferente. Y un ejemplo de narrar de determinada forma está reflejada en su libro, contado en primera persona.

En el discurso de Javier se puede notar un tono de constante y firme crítica a la manera como se afronta la desaparición forzada en nuestro país: “Colombia es un país que busca a los desaparecidos como si estuvieran muertos y ahí sí nos jodimos. Porque no están muertos, están ausentes” dice. Esta forma de buscar, comenta luego, es la que lleva al olvido. Sin embargo, las familias de los desaparecidos se resisten a olvidar, recordando detalles que solo quien está cerca puede percibir, detalles que nombran la singularidad y traen consigo el relato de una historia particular. Javier hace un llamado a “restituir el valor de la historia particular”, es decir, nos urge a escuchar esas historias específicas, esa narrativa con alto nivel de pormenores que se narra. Así mismo, reconoce la valentía de quien busca y espera…  Pues los vínculos no se tejieron sobre la base de la ausencia. Y esta narrativa, esta valentía es lo que logra resistir ante quienes quieren matar a los ausentes.

Iniciamos viendo y escuchando a través de un video a Raúl Zurita (2011) narrando su poema titulado “Canto a su amor desaparecido».

A partir del video surgieron varios elementos, uno de ellos relacionado con que en Chile se construye casi una ciudad de la memoria, un gran memorial con una inmensa cantidad de nombres de todos aquellos que desaparecieron en la época de dictadura. En Colombia esto es particular, porque en los países del Cono Sur donde hubo dictadura, los memoriales se construyen con el retorno de la democracia. En Colombia, en cambio, hemos creado memoria simultaneamente a la continuación del conflicto. “Tus restos me miraron y yo te abracé”, dice el poema, lo que se une con la posterior intervención de Javier de cómo el contorno de la persona ausente continúa presente en nuestra vida. Aquí todo se une, memoriales que nacen contorneados por el mismo conflicto. Pero basémonos en quienes están ausentes: su ausencia marca su presencia, su imposibilidad de llegar a desaparecer realmente. En el video del poema, en el minuto 2:30 la cámara empieza por enfocar el rostro de Zurita y se va alejando, mostrando el enorme memorial de nombres de aquellos desaparecidos. Como efecto de la luz del video y de la gran cantidad de letras parece que los nombres se movieran, siendo el juego de la imagen y de palabras una especie de reafirmación de la exposición de Javier Osuna: el desaparecido es imposible de desaparecer.  El desaparecido no es un objeto que se va y lo cambiamos por otro olvidando a aquel que estaba antes. El desaparecido sigue presente a través de los vínculos, el contorno, la figura viva del lazo sanguíneo y simbólico, el mirarse al espejo, el recuerdo. Un recuerdo que habla a diario y que con el transcurrir del tiempo no pasa, sino que por el contrario duele más en la angustia constante de verse más borroso cada día. Pues, como dice Javier “los vínculos no se tejieron sobre la base de la ausencia”.

“Canto a su amor desaparecido», Raúl Zurita (2011)

En el video del poema, enfocan el apellido “Castillo” (minuto 3:05), lo cual más que generarme una emoción particular, lo entretejo luego con las afirmaciones de Javier. Tenemos una ausencia de solidaridad con el crimen de la desaparición. Las personas, dice, necesitan un caso particular para solidarizarse. Pero en Colombia, tanto los medios como la construcción de memoria, ha sido constantemente fabricada desde los números y “las cifras por sí solas no conmueven”, agrega. En cambio, una historia particular permite identificar la humanidad de quien está detrás de ésta y así, identificar las demás historias. Son tantas historias hechas dígitos que parece que quienes están detrás como víctimas y victimarios no son humanos, como si hubieramos caído en la costumbre de la noticia diaria, olvidando que es algo que puede pasarnos a cada uno de nosotros. Esto se relaciona con algo que menciona Javier: “en nombre de la bondad somos fácilmente violentos, todos estamos a un paso de ser víctimas y victimarios” sin embargo, añade luego “sabemos que somos más que eso”. Es decir, que nos reconocemos a nosotros como únicos, mientras que vemos a los desaparecidos como historias comunes que no generan mayor afectación en nosotros.

En ese orden de ideas, se puede establecer como única manera de construir y transmitir memoria, la construcción de narrativas, que se relaciona con el trabajo periodístico. Esto conjuga el trabajo de Javier, con lo mencionado en el párrafo anterior. Convertir un dolor en relato sin caer en la pornografía de la violencia, sino por el contrario crear un entendimiento de que no solo en lo doloroso hay construcción de memorias, es volver a quien escucho una historia resaltando su particularidad, su esperanza de esperar, que va más allá del dolor. Dicho valor se resalta, según Javier, poniéndose a la altura del secreto, abriendo puertas a través del relato, continuando en la búsqueda de los vínculos, de la identidad más allá del límite que antepone la desaparición.  En definitiva, escuchando, pues el tiempo es escucha y “no hay manera de comunicarnos sin escuchar”. Pero el problema radica en que escuchamos desde una verdad absoluta, desde una búsqueda de tener la razón como individuo. Ante esto, Javier propone una verdad dialógica.

Esto último me quedó sonando: una verdad dialógica. La real academia dice que algo dialógico es algo perteneciente o relativo al diálogo, que se presenta de forma dialogada o que posibilita tal acontecimiento (RAE, 2017). Todorov (2013) expone en su obra Mijail Bajtin: El principio dialógico, lo que representa para él y se refiere a que el individuo no existe por fuera del diálogo. Presenta la idea de que existe un yo, un otro y un tercero que se construye cuando dialogamos. Esta tercera categoría va cambiando a través de la relación de palabras, gestos y expresiones de cada particular. Cuando escuchamos desde allí, crece el tercero. Es decir, el diálogo, pero también crece el yo y el otro. Es justamente ahí donde el aprendizaje se hace presente en el encuentro de las narrativas.

Entonces, en este alcance que pude establecer de la afirmación de Javier, entendí la confluencia de lo que el autor había expuesto hasta el momento. Un periodismo que busca y recoge las polifonías de los diálogos, un trabajo investigativo que traza la indagación desde la pregunta planteada para buscar y continuar con aquella interrogación con la que hay que vivir cuando se siguen los pasos de la desaparición forzada. Aquí, aparece la transformación de la realidad “a partir de cómo la nombra, cómo la menciona”, dice Javier. A partir de cómo se nombra y menciona en el periodismo narrativo se crean distintas emociones en quien lee, “no porque le guste más decirlo así, y mucho menos porque decirlo así sea menos trabajoso, sino porque sospecha que sólo si una prosa intenta tener vida, tener nervio y sangre, un entusiasmo, quien lea o escuche podrá sentir la vida, el nervio y la sangre: el entusiasmo” (Guerriero, 2010).

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

No obstante, Javier resalta que “la identificación no se impone” y es una decisión más personal que está relacionada con la determinación de la medida en que se puede identificar el que escucha con el que habla, ya sea utilizando el lenguaje hablado o escrito. Este límite personal de la identificación, dice, no está relacionado con la caracterización moral o la descripción del aspecto físico, sino con algo más profundo que tiene que ver con la posibilidad de que el hecho atroz me podría pasar a mí. Es en este encuentro del yo con el otro donde las narrativas permiten evidenciar que no hay una justificación para la desaparición. Paralelamente, en la posibilidad de encontrarse en esa particularidad, se permite al lector entender desde su individualidad. Una historia que muestra la vida, el cuerpo, las descripciones, las cotidianidades permite identificar la humanidad en los demás casos, como ya se mencionó previamente.

Llegados a este punto, logramos entender lo que para Javier representa la desaparición forzada: “así es como te desaparecen, como si fueras a aparecer”. Esto se conecta con la actividad posterior en donde Javier toma su guitarra y toca una canción que hizo en honor a las víctimas de los hornos crematorios. Empieza a sonar la guitarra pero su voz es mucho más potente, una voz que genera nostalgia, sentimiento y esto es evidente en la expresión de los rostros de los funcionarios participantes, a algunos se les escapan algunas lágrimas.

[Haga click aquí para escuchar el audio de Javier Osuna]

“…Y duele saber que es cierto, no volverá ni en el recuerdo” resuena en el salón del Hotel Bolívar. Esto, a su vez, está relacionado con que el olvido evita el dolor, pero la memoria, el recordar, duele. Duele, porque traer a la persona al presente solo se puede hacer por medio de los recuerdos que se tienen de ella, recuerdos que se vuelven dolorosos por hacerse borrosos al pasar el tiempo. Entonces, reaparecen a través de esos vínculos sentimentales que se lograron construir cuando la persona aún estaba presente. Vínculos sin adjetivos, sin juzgamientos, vínculos tejidos sobre la base del amor, un amor eterno, dice Javier, “el amor de la desaparición es eterno, porque no hay algo que lo inste a separarse”. Dicho amor, se carga entonces no solo de dolor, sino esperanza, esa esperanza de que aquel a quien se ama, regrese un día a casa.

“Esta mañana no sonó mi alarma. Ella fue a mi cuarto a las 3 am y me despertó, pues sabía la importancia que tenía para mí madrugar. Luego, puso su alarma a las 4 am para levantarse nuevamente y prepararme el desayuno. No cualquier desayuno, mi favorito, jugo de naranja y sándwich de queso. “Estas sobre el tiempo, que no se te haga tarde, pues ella sabe lo despilotada que soy con las horas. “Te amo, que todo te salga de la mejor manera” y su horario habitual para levantarse es las 6 am.»

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

Entonces Javier da paso al siguiente ejercicio. Recogiendo el ejercicio de escritura y las sensaciones que causó su música, la actividad consiste en narrar descriptivamente una acción que un ser querido hubiera hecho recientemente y por la cual estuviéramos agradecidos. Una actividad en la que creyéramos que ese ser querido puso todo su amor, donde no cabe ningún calificativo a tal labor, donde sentimos ese amor por ese otro a pesar de no estar presente en el salón. Yo decidí describir a mi mamá, pues se levantó a la misma hora que yo, 3 am para ayudarme con el desayuno y que yo pudiera llegar al aeropuerto a tiempo. Sentí su amor y su presencia al narrar su acción. De este modo, descubrí a qué se refería Javier, “el amor no tiene que ver con el vínculo de la presencia” y en las actividades cotidianas que entretejen los recuerdos del día a día, el ausente vive y nos habla. En la tarde, Javier nos contó una historia que le contaron cuando se acercó al relato sobre los hornos crematorios, y aquí pierdo la linealidad del relato, pero siento que no es problemático al estar hablando de lo que estoy hablando. Entró en comunicación con la mamá de Luis, una señora que le comenzó a contar la historia de un cucarrón. El insecto, volaba sobre la cabeza de esta mujer cuando ella estaba buscando información de su hijo pero no hallaba nada. Un día, ya desesperada por la presencia del insecto, le dijo “Luis déjeme en paz, váyase para su pieza” y el cucarrón tomó vuelo hacia el árbol fuera de la casa. Para la madre de Luis, su hijo se había convertido de alguna manera en este cucarrón (Osuna, 2015). A partir de esta historia es posible para Javier empezar a escribir Me hablaras del fuego (2015), una historia particular que Javier narra en primera persona, un homenaje a esa memoria que la madre de Luis puso en un insecto y que muchos otros familiares ponen en otros lugares; una presencia eterna, inseparable, nuevamente un amor eterno y sin adjetivos.

Javier Osuna

A partir de allí es posible retomar la línea argumentativa del texto a partir del paisaje que se construye en el diálogo con los otros y en la experiencia de Javier en Juan Frío y Pacolandia. Javier habla a los funcionarios de un “pensamiento paisajero”, lo cual condensa la emoción de cada persona al ver un paisaje  (como escenario, relato, entrevista) y la diferencia con la que cada persona cuenta una perspectiva. Esto hay que verlo al aproximarse a casos de desaparición forzada, las emociones generadas por un lugar, son distintas para una y otra persona, pues dicho paisaje, agrega, “no se constituye solo a través de los elementos que lo componen, también se construye de lo invisible”. Lo invisible, constituye las formas de relacionarse con el espacio, lo que también da cuenta de un escenario que no solo se compone hacia adentro sino hacia afuera. Eso permite empezar a comprender la experiencia de Javier al llegar a Juan Frío. Él cuenta que cuando llegó al lugar, aunque fue poco tiempo el que pudo estar allí, logró tomar un sin número de fotografías, en donde se fijó mucho en los rastros de los seres humanos que habían pasado por allí, pues otra de las madres de las historias que aparecen en el libro le había encomendado esa tarea.

Javier Osuna

Esto le permitió sentir no solo la importancia del lugar que representaba el duelo para muchas familias, sino la condición potente de los lugares para hablar. Cada terreno cuenta con condiciones particulares. Por ejemplo, por donde él pasó la vegetación era de la que parece aferrarse a los zapatos y a las piernas, se adhiere a la ropa como algo que no te quiere dejar ir, como algo que te toca, te jala, lo cual en este caso generaba en Javier una sensación muy particular. Ahora Javier sabe que fue la singularidad de dicha vegetación la que causó eso, pero en ese momento y varios meses después le generó tantas sensaciones, que no pudo volver a utilizar aquellos zapatos a los que las plantas se aferraron (Entrevista realizada a Javier Osuna, s.f.).

Cuando Javier relata durante el seminario está experiencia en Juan Frío y Pacolandia, menciona la imposibilidad de dar consuelo a estas familias a quienes les desaparecieron los familiares a través de la incineración. Cenizas que ahora son parte de la tierra y de las cuales no se puede extraer ADN. Entonces, uno de los funcionarios pregunta, en esa sensación de incertidumbre que al parecer tuvimos todos después de este relato, sí será que no es posible hacer hablar la tierra. Entonces Javier propone que la tierra se hace hablar, al construir relatos alternos. Finalmente, el papel viene de los árboles, árboles que son hijos de esta tierra, lo cual nos permite no construir encima de aquello que estuvo o tal vez está ahí. No, encima no, eso es lo que hace el Estado. Un Estado, que como dice Javier, fue parte de esta problemática paramilitar, pues en Norte de Santander, el paramilitarismo es, en gran parte, estatal.

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

Esto último, es aterrador, causa temor y angustias “no puede ser que en el 2017 estemos llenando un formulario donde el Estado aparece como perpetrador del crimen”. Además, el Estado mismo es el responsable de investigar(se). En este orden de ideas, el Estado no puede ser el único encargado de esclarecer los hechos, buscar y exigir justicia. El acompañamiento de organizaciones civiles se convierte en un factor esencial. La población colombiana, tanto rural como urbana debe frenar la normalización y silenciamiento sistemático de este crimen. Es necesario denunciarlo, es imprescindible escucharlo. Como dice Javier, el temor no puede paralizar ni anteponerse al dolor de las víctimas, para Javier, “en la vida vale la pena indignarse” (Entrevista realizada a Javier Osuna, s.f.) y este temor e indignación se convierte en motor. Un motor de a través de la reflexión lleva a darle voz a aquellos que han sido silenciados, con la herramienta más valiosa que tenemos los seres humanos y es ponernos A la escucha.

 

 

REFERENCIAS

Ante el dolor de los demás (s.f.) Entrevista realizada a Javier Osuna [sin publicar].

Guerriero, L. (2010). Qué es y qué no es el periodismo literario: más allá del adjetivo perfecto. línea], disponible en: http://www. periodismocultural. es/upload/conferencias/guerreiro-que-es-y-que-noes-periodismo-narrativo. pdf, recuperado, 2.

Osuna, J. [Contravia TV]. (2015, Octubre 29). Capítulo 375: «Me hablarás del fuego: Los hornos de la infamia» [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=z6bHXM0swco

Zurita, R. [deskabellado]. (2011, Septiembre 10). Capítulo Canto a su amor desaparecido [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=sM5Bb4GvLVY&t=62s

Todorov, T. (2013). Mijaíl Bajtín: el principio dialógico. Bogotá?: Instituto Caro y Cuervo.

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