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Quibdó, Chocó

La imagen que nos atraviesa

Una ausencia que rompe con todos los imaginarios

 

“Una fotografía solo tiene un lenguaje y está destinada en potencia a todos” 

“El conjunto de imágenes incesantes (la televisión, el vídeo continuo, las películas)

es nuestro entorno, pero a la hora de recordar, la fotografía cala más hondo.” 

-Ante el dolor de los demás, Susan Sontag

 

Son las 8:34 am del 30 de octubre de 2017 y a Quibdó, Chocó, llega el Seminario Itinerante A La Escucha. Una hora y lugar que dan cuenta de lo que viene proyectado en una fotografía que parece exacta, pero que en contexto está cargada de información. Inútil si nadie la mira y la recuerda, como un reloj que corre sin que nadie lo tenga en cuenta.

Quibdó la capital departamental, ha sido fuertemente azotado por la violencia que ha traído el conflicto armado en sus múltiples modalidades, con una visibilización y presencia estatal escasa. El total de víctimas del conflicto en Quibdó está alrededor de los 70.000 y el número de desaparecidos es tan impreciso que pueden encontrarse números alrededor de los 500, 1.000 y hasta 3.000 personas ausentes. Por esta razón, el Seminario decide llegar a esta región del Pacífico colombiano, con la pregunta ¿Cómo escuchar la desaparición forzada ?

Para generar las metodologías, actividades, movimientos del cuerpo y de la palabra en torno a este difícil cuestionamiento, fueron necesarios múltiples saberes que hablaran desde las distintas experiencias que narran herramientas construidas para marcar, escuchar y develar el no-lugar que deja quien desaparece. Dichos saberes fueron la psicología social, la antropología forense y la fotografía de la mano de Lina Rondón, Ana Carolina Guatame y Álvaro Cardona respectivamente. También se contó con la participación de habitantes de la región, teniendo en cuenta que quien narra y comparte sus saberes es como el reloj y la fotografía, ausente de lenguaje sin que nadie les vea y dialogue: personas que desde su propia experiencia de vida tocada por la guerra y desde su propia historia como fuente primaria de conocimiento y fortalecimiento, les llevó a ser partícipes de un proyecto en habilidades terapéuticas y de acompañamiento a través de ACOPLE (Alianza Con Organizaciones Por Lo Emocional) de Heartland Alliance International, con quienes se generó el diálogo de saberes.

A continuación se expondrá un esbozo de la palabra y la imagen que narran las múltiples reflexiones que se tuvieron el pasado 30 y 31 de octubre en Quibdó, en torno a la pregunta mencionada y recogiendo las experiencias de los participantes:

Las experiencias de los seres humanos, aunque muchas veces se intentan narrar sólo a partir de la palabra, pasan por el cuerpo que es atravesado por ese mismo lenguaje, por la emoción, su expresión y la mirada que genera un pensamiento donde hay un encuentro mutuo. Todo lo anterior no se da en un momento estático, así como el cuerpo es atravesado por el lenguaje, esta corporalidad habita un espacio que es transversal al tiempo que marca la transitoriedad de los seres y, a su vez, la aparente imposibilidad de trascender más allá de sus límites, como dijo alguna vez Levi-Strauss. No obstante, hay un mecanismo en el que los seres humanos han sobrepasado la temporalidad marcando los recuerdos en la inmediatez de la imagen: la fotografía. Ella marca un instante en el que es tomada pero tiene la posibilidad de trascender en el tiempo, de ser vista por corporalidades que tal vez ni conocen a los que allí se encuentran, la probabilidad de generar casi como otro cuerpo emociones, sensaciones y la oportunidad de un lenguaje entorno a esta. Sin embargo, aunque el lenguaje la puede atravesar, este último no tiene la misma posibilidad de narrar lo que realmente está ahí del mismo modo que lo hace una imagen, lo que los ojos ven y pueden comprobar a través de una representación fotográfica marcan el potencial de la misma (Gallo, 2015). En algunos casos no existe lenguaje para describir, las palabras no están a la altura de expresar de manera suficiente lo que se siente. Con la imagen es otra historia. Aunque la imagen, ya sea en el cine o en la fotografía, logra una contundencia que tal vez ninguna otra herramienta puede lograr, es en la reunión de personas a su alrededor donde la imagen cuenta, donde la imagen encuentra el contexto que por la mera existencia no podría lograr. De nuevo casi como un cuerpo, que a través del encuentro con el otro en diálogo constituye de facto y simbólicamente lo que realmente es, mucho más que carne, mucho más una imagen sobre un papel.

En ese encuentro de los cuerpos fotográficos y humanos, familiares e individuales, está Fotografías en Transición, actividad desarrollada por Lina Rondón que se convierte en la herramienta para narrar la desaparición forzada desde la corporalidad del recuerdo, la carne, la foto, la familiaridad y la memoria. Esta actividad recoge lo mencionado previamente: la temporalidad, el espacio, el cuerpo atravesado y constituido por los otros, pero desde la ruptura que representa para estos la desaparición forzada. Este hecho, genera una fragmentación desde la propia subjetividad que marca un tiempo fracturado y un espacio ocupado por el vacío. Un espacio que da cuenta de un hecho inimaginable y que en el juego de palabras acaba con los imaginarios que se creían posibles dentro de la misma experiencia humana. Imagen, imaginación e imaginario; carne, emoción y encuentro;  papel, creatividad y reconstrucción. ¿Cómo imaginar una fotografía con un espacio que marca la presencia de alguien ausente? ¿Que representa para la subjetividad pararse ante una fotografía que duele sin duelo?

El ejercicio comienza con los participantes caminando a través del espacio, poniendo el cuerpo en movimiento y la mirada al encuentro. No es caminar mirando a cualquier lado, es caminar mirando a los otros que también se mueven alrededor, reconociendo a ese otro ocupa un espacio y está “aquí y ahora conmigo”. Un trabajo terapéutico psicosocial, una mirada marcada con la escucha del movimiento, del espacio, de los pasos y del pasar del tiempo. Luego, se hace la indicación de generar un círculo de personas, momento en el que Lina empieza a tocar el hombro de una persona a la vez, quien a través de la mirada debe encontrarse con otra, generando un diálogo en ausencia de palabras intercambiando el lugar que ocupaban para completar nuevamente el círculo. Para generar el cambio en el lugar, se establece la obligatoriedad del encuentro de una mirada y la otra. Aunque al principio para los participantes fue difícil poder encontrar a alguien que les mirara para establecer un diálogo con los ojos, con el avanzar del reloj la mirada reconoce mucho más fácil y el cambio de lugar empieza a ser constante. Esta constancia, parece marcar la posibilidad del encuentro de los cuerpos en uno solo, como unas células que se reúnen para generar la anatomía de un árbol familiar.

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

La siguiente tarea consiste en armar grupos de cuatro, cinco y hasta seis personas. Cada uno de estos conjuntos debe imaginar que es una familia, con la cual deben recrear cuatro momentos que se hallan comúnmente en el álbum familiar: matrimonios, nacimientos, pedidas de mano, sancochos, paseos, cumpleaños; momentos que usted como lector encontraría en su propio álbum familiar pasando de una página a otra, trayéndole recuerdos de lo que es su familia y los momentos que la constituyeron como tal. Cada cambio de página fue dado, casi como un tambor que marca el ritmo en una canción, con la palabra “cambio” pronunciada por Lina Rondón. Así, una familia que estaba siendo fotografiada en la imaginación del cumpleaños, con el retumbar del “cambio”, esta familia estaría entonces en el entramado del matrimonio.  Los participantes asumieron roles: uno representaba al papá, otro a la mamá y otros a los hijos e hijas. Para el ejercicio hubo algunos elementos que ayudaron a enmarcar el ambiente de la foto: peluches, ropa y sombreros que cada grupo recibió. A medida que se actuaban los momentos, las risas y voces en volumen alto inundaban el salón. Está acción se dio repetidamente, cada “familia” se embarcó de lleno en la dinámica de la temporalidad, en el recuerdo del lugar que ocupaban en la foto, en el seguir un ritmo marcado por el disparo de la cámara y del sonido de aquella palabra “cambio”. Parecía un ciclo que agotaba y no terminaba pero que fortalecía la unión en torno a la imagen familiar dada por la fotografía.

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

A medida que se iban  creando lazos familiares con las fotografias, entre cambio y cambio Lina iba sacando bruscamente a uno o dos miembros de la familia. Una de las fotos más recordadas por quién fue extraído de ella es un nacimiento, en donde es la madre que está dando a luz quien es sacada de la fotografía. En otra, la familia está reunida en torno a un novio que le está pidiendo la mano a su amada y es él quien es retirado de la foto. Así mientras cada recuerdo iba siendo fragmentado, la imaginación era retada a habitar en una fotografía imaginaria con el espacio de la ausencia. Los rostros, las actitudes, los espacios, las personas y las familias se fueron transformando al faltar los integrantes, evidenciándose la ruptura que se genera cuando una persona es desaparecida. La incertidumbre que aparece ante un tiempo que continúa y que no se sabe si sigue andando, si es estático o también se fragmenta.

Es interesante el hecho que durante el ejercicio algunas personas ocupaban los lugares de los faltantes, trataban de hacer el papel similar, pero no era igual. Ese vacío estaba determinado en espacio y tiempo para alguien más que ya no estaba en el presente y quien llegaba a llenarlo y aunque con la mejor intención, no encajaba de la misma manera en la imágen. En algunas ocasiones, otros integrantes de las recién formadas familias le daban indicaciones añorando que fuera igual que antes, con la intención de llenar el vacío. En otros momentos, se dejaba un espacio en el que todos sabían que debía irse quien había sido arrebatado por Lina, de la conjugación perfecta que representaba la planeación y representación de los momentos familiares.

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha
Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

Al terminar el ejercicio de fotografiar las familias a doble tiempo en un mismo espacio, se vuelve a generar el círculo de personas, pero ya en quietud, sobre el asiento que permite entrar en calma para empezar el diálogo del ejercicio en conjunto. Es decir, del caminar en el espacio, del encuentro de la mirada, la construcción y reconstrucción de la familia. La primera intervención dice “yo miraba y miraba y…” al generar el silencio se genera una negación con la cabeza de quien habló. Esto muestra uno de los elementos del ejercicio, aunque es una persona la que inicialmente marca el encuentro y decide con la mirada a la persona con quien hará el cambio de lugar en el espacio, el encuentro es mutuo y en esa complicidad de la mirada  se marca la presencia de ambos sujetos. A partir de allí, de ese punto a punto de la presencia donde es posible empezar a hablar de la ausencia.

Al comenzar a hablar del ejercicio de las fotografías, los participantes narran desde la fragmentación hacia atrás. Es decir, primero se marca la experiencia del vacío en comparación al tiempo previo donde la familia estaba completa, evidenciando cómo se marca el tiempo, como un disparo de una cámara que detiene un momento preciso sobre el rollo o el papel, permite mirar en retroceso. El mismo sistema crea una analogía de la foto conectado con la experiencia subjetiva del recuerdo, en palabras de Virginia Woolf “la vista [en conexión] con el cerebro; el cerebro con el sistema nervioso. Ese sistema manda sus mensajes en un relampagueo a los recuerdos del pasado y a los sentimientos presentes” (en Sontag, 2003; énfasis agregado). Y esto es lo que empezó a suceder en las narraciones de la experiencia de los participantes, la sensación de no saber qué hacer con el no-lugar de un tiempo pasado pero que parecía presente, empezó a habitar en ese recuerdo de la familia previamente completa,  donde “[e]l recuerdo [altera] la imagen según las necesidades de la memoria” (Sontag, 2003).

Cuando se empezó a sacar a una persona de cada familia, los participantes narran haber sentido parálisis, un no saber si seguir haciendo la foto o parar aunque la instrucción de seguir era clara y siguieron en movimiento ¿Qué sucedió para que incluso en movimiento sintieran que se detuvo el tiempo y el propio cuerpo? Ante el vacío de quien fue extraído de la foto, algunos empezaron a actuar frente a este hecho, haciendo evidente el espacio del ausente y tratando de llenarlo. Cuando Lina les cuestiona sobre lo sentido algunas hablan sobre la dificultad de seguir, de la dificultad de nombrar la emoción que se siente, de cómo antes se sentía felicidad y alegría, para luego ser invadidas por la nostalgia, “queda uno desubicado ¿ahora qué sigue? se siente impactante (…) tocaba seguir pero no era fácil”, mencionó una de las participantes. Paralelamente, quedaba el lugar de la palabra, la comunicación cambió, en algunos casos antes la palabra estaba presente y luego se vieron invadidos por el silencio, “no se sí era el silencio que tenía la manifestación de ese dolor, el silencio fue más importante que poder expresarse” agrega una de las mujeres de una familia. Lo anterior evidencia la conexión de sucesos que genera la desaparición forzada a nivel subjetivo y familiar. La ruptura se da en el tiempo y en el espacio, pero también en la configuración familiar y en el lenguaje.

Dicho lenguaje que permite recordar moviéndose entre temporalidades, no funciona de la misma manera ante la desaparición de un ser querido, volver al corazón, trayendo a colación la etimología de la palabra recuerdo, está marcado no solo por el sonido del latir, también por el espacio silencioso entre cada latido. Lo expuesto previamente se conecta con el cuerpo tal como Lina anclaba el ejercicio de reflexión a la propia corporalidad en la experiencia fotográfica de los asistentes al seminario: “¿dónde lo sentiste?” preguntaba cuando alguien hablaba del vacío. La primera respuesta fue “en el corazón”. Pero no simplemente el corazón como órgano individual, cuando a una de las familias le fue extraída quien jugaba el papel de madre, parecía que de esta familia le había sido extraído su corazón, un vivir de la mano del no-latido dado por el no-lugar. Una madre que le dolía más a unos que a otros, que marcaba los roles, las identidades dentro de cada familia, de cómo hay partes del cuerpo familiar más cercanas que otras y como algunos órganos son responsables del funcionamiento de otros, “dicen que los padres quieren a todos los hijos por igual, pero hay unos que son más allegados, más apegados” interviene una de las participantes, dando cuenta de esta analogía propuesta. Si alguien se va, se lleva consigo algo de quien queda presente, como cuando una muela es extraída llevándose la carne que le rodea. Un huesito difícil de roer, un recuerdo que marca un camino difícil para volver al corazón, pues “la ausencia [nombra] todo el tiempo la presencia de quien ya no está” como dijo Magaly de ACOPLE.

Hasta aquí, a los participantes por medio de un ejercicio casi performático, les había pasado por su cuerpo y su emoción una parte de lo que representa para quien busca a su familiar desaparecido, donde se escucha “a mí se me olvidó que era dramatizado”. Esta sensación no es en vano, pues como se mencionó al inicio, muchos de los asistentes al seminario son habitantes de la región quienes a través del ejercicio revivieron su propia experiencia. Algunos relacionaron el pasar del tiempo con la experiencia de desplazamiento en donde, aunque a veces se siente que la vida se queda quieta y fragmentada, te obliga a seguir. Otras de ellas mencionaron que cuando se llevaron a algún miembro de su familia se generó desorientación en su cuerpo familiar. En torno a esto, Lina hace énfasis en la escucha en la desaparición, parece recalcar cómo para entender la guerra poseen no solo la formación sino la vida misma que les ha tocado. Esto se vuelve un salir de esa tristeza que se estaba sintiendo en el espacio y se convierte en una herramienta de firmeza ante la labor que escogieron como víctimas que también escuchan y acompañan. Permite esto, ponerse “en el lugar del otro, ser más apacibles a ellos, entender que la situación que vivieron es dura, es difícil, no es fácil de afrontar”  como lo menciona una de ellas ante la vía de reflexión propuesta por Lina; en donde hay que seguir, ya sea desde la búsqueda constante, desde el silencio, el shock, la catástrofe para la identidad, la presencia o ausencia de sentido.

Los participantes del taller tienen el conflicto armado muy cerca. Se encuentran limítrofes en su historia con él y, tristemente, han tenido que establecer una relación constante con él. Es decir, que para entender la guerra, tienen la vida misma que les ha tocado. Las personas de ACOPLE, por ejemplo han sido víctimas en este largo conflicto de la Colombia profunda, como la llama Hollman Morris, refiriéndose a esa Colombia que desde la fría y lluviosa capital parece nublada en nuestra consciencia, llegando a ser en muchas mentes, inexistente. Estas personas han sido capacitadas para atender a otras víctimas, estableciendo redes de apoyo en su territorio local. Ellas ayudan a otros a sanar y durante el proceso, se sanan a sí mismas también. En este recorrido lo que disponen es la formación que la vida les ha dado y sus propias vivencias, a las que tienen acceso de primera mano. Desde ahí construyen, transitan y viven.

“Soy una persona guerrera, resiliente, sí yo logré salir, una persona con buena orientación puede también salir”  (Participante del equipo ACOPLE, 2017)

Un objetivo de esta actividad era entender que se enfrentan los hechos desde lo que sabe y nuestra propia experiencia. A esto, está directamente hilado el hecho de que la desaparición forzada es una condición que se nota con el pasar del tiempo, con los días en los que no regresa y no llama quien se extraña desde un lugar, que aunque profundamente oculto en el cuerpo, tiene una sensibilidad exacerbada. Esa consciencia de la ausencia del ser querido es llenada en primera instancia con pensamientos más cercanos a la realidad y desde la capacidad de entendimiento que se tiene como seres humanos: “lo secuestraron”, “está en la cárcel”, “hubo un reclutamiento”. Estas opciones implican vida. Los momentos en los cuales esa vitalidad se torna en muerte están estimulados sobre todo por medios de comunicación, donde se encuentra también un vaivén entre la esperanza y la desesperanza. Esta incertidumbre es el mayor determinante de quienes esperan. Ese “no-saber” es con el que se apunta a convivir y relacionarse, no llenarlo, no entenderlo, sino dejarlo ser en ese lugar y sabiendo de su existencia, permitir el desarrollo de la vida. Es decir, se busca establecer una realidad en un gris donde convivan vida y muerte, en donde coexistan el sufrimiento y otras formas de vivir.

A partir de todo lo anterior, es posible para Lina exponer acerca de lo aprendido desde su experiencia en el trabajo psicosocial, pues para quien escucha, la herramienta inmediata que posee es la propia historia de vida. Sin embargo, cuando se trata de desaparición forzada, para todos y todas, para quienes han pasado hechos de violencia directa como quienes no, parece que no hay algo con lo que se pueda asimilar, por eso es tan fuerte la sensación de incertidumbre, pues rompe con todos los imaginarios, con todas las imágenes posibles, donde parece que escapa de lo representable. La desaparición es esa fotografía, que se mira durante largo tiempo queriendo identificar todo lo que en ella se encuentra, pero que con el pasar del tiempo se vuelve más borrosa en el papel, haciendo borrosos también sus orígenes. Lo anterior, genera la angustia ante el olvido de lo que en ella podría haber, de los datos que se podrían encontrar y de la inexistencia de mecanismos para que tanto el recuerdo como la foto sigan siendo visibles. La atención psicosocial se vuelve una herramienta que a través de la escucha imprime una foto que permite vivir con el paso del tiempo acompañado del no saber. Así como en el ejercicio de la fotografía, el acompañamiento psicosocial se hace disponiendo la mirada, la cara, el cuerpo, el corazón: una mirada encontrada con otra en donde ese pequeño espacio entre un yo con un otro, logra traer la identidad de quien desaparece. Así como el fotógrafo pone su corazón en la mirada, el acompañamiento se hace con una escucha desde el corazón que permite adentrarse en el recuerdo o vivir ante el latido desde el silencio. Dos corazones que se juntan y empiezan a latir al mismo ritmo, pues como dice Lina, el acompañamiento ante el vacío tiene que darse desde el ritmo de la persona que busca y “nada del conocimiento propio debe atropellar el ritmo de la víctima”.

Allí se va dando un proceso de asimilación, para quien busca, de la desaparición: en el compartir de palabras, tiempos, espacios y miradas; en el recuerdo del álbum de fotos, los momentos y el pasado. El ausente parece empezar a encontrarse con el presente, como persona y como tiempo, a través de la memoria ordenada en el acompañamiento psicosocial en la “consistencia, solidez, (…) por su inscripción en la saga familiar [teniendo] identidad” (Gatti, 2008, p. 110). Pues el recorte que hace la desaparición forzada en la foto, en la identidad y en los lazos filiales se anula devolviendo el desaparecido a la memoria (Gatti, 2008), recordando con los otros, entendiendo la particularidad de cada ser, volviendo y devolviéndose al corazón, con la escucha ya sea del cuerpo, del arte que grita, de la música que da voz a los silencios, del teatro que dispone de las identidades y los cuerpos para reconstruir y darle unidad a un vacío (Ruiz, 2016). Todas estas herramientas; la fotografía, los objetos y una escucha atenta, dan cuenta de que ese ser sí existió a pesar de no tener un lugar donde encontrarlo, ponerlo, vivirlo o dolerlo. Esto es lo que habilita que quien busca pueda vivir con la ausencia desinstalando los lugares que eran de presencia dolorosa, lo cual marca uno de los objetivos que Lina establece como primordiales en el acompañamiento psicosocial. Allí, quien acompaña también empieza a reconocer sus propias experiencias de vacío donde no es necesario llenarlo todo para entender que es posible vivir con ellos, a través del habla y la palabra en diálogo, rompiendo con los mismos imaginarios que busca imponer la lógica de la desaparición.

Llegados a este punto es posible hablar de otra imagen: la imagen de quien acompaña el proceso con los zapatos de búsqueda puestos. Pues dicha reconstrucción de la identidad se da acompañado de un proceso de investigación constante, donde no solo es la identidad la que se ve implicada, sino la exigencia de justicia, de verdad y de los Derechos Humanos. Allí aparece la antropología forense, a través de la experiencia de Ana Carolina Guatame que muestra mediante el Itinerario de búsqueda y el desafío de las ciencias forenses, el papel de estas últimas en casos de desaparición forzada. Allí, la desaparición cuenta la fragmentación del tiempo, pero también la multiplicidad de este. Un álbum que rompe con los imaginarios al dar una imagen final de un cuerpo en huesos y además cuenta con tres tiempos en su fotografía. Marca un itinerario que recoge los elementos del pasado, busca constantemente removiendo la tierra en el presente y con lo anterior llena de esperanza el futuro. Un álbum que reta a la imaginación para disponerse a estar constantemente sobre la vía de la búsqueda, pues más allá del cuerpo está el tejido social que nace en torno a este, donde a pesar del tiempo y el largo camino que representa la desaparición, la entrega se vuelve la mejor forma de reparación. No obstante, hay dos elementos que nacen a partir de esto, el poder generar una entrega digna y las preguntas que nacen cuando se tiene el cuerpo de quien estaba ausente. Allí, se aboga por las preguntas en torno al ser, más allá de los huesos: ¿Cómo murió? ¿Por qué el cuerpo ya no está como se fue? ¿Bajo qué circunstancias y a manos de quién? ¿Está todo su cuerpo completo? ¿Qué sigue en el proceso de identificación? Ana cuenta todo lo que sucede en este Itinerario a través de dos ejercicios: un proceso de entrevista y Camino a la Exhumación.

De este modo, en la tarde del 30 de octubre se continuó con el desarrollo del Seminario Itinerante donde Ana Carolina desde las ciencias forenses empieza con un sencillo ejercicio de entrevista. Este inicia con la instrucción de hacerse en parejas, a una persona se le entrega un papel con algún rol familiar, por ejemplo hermano(a) mayor, padre, madre, entre otros; a la otra persona de la pareja se le entrega un formato de entrevista que invita al otro justamente a recordar a ese ser que ya no es imaginario, es su familiar real. Las preguntas van desde el nombre, el número de identificación, una descripción física, hasta datos que puedan distinguir a  su familiar de cualquier otra persona (tatuajes, cicatrices, etc.), datos odontológicos o que remiten a la ropa que tenía la última vez que le vio. Aunque todo esto se hace sobre la base de la presencia, es decir, sobre una persona que no está desaparecida, para los asistentes generó procesos de angustia y logró sentirse la culpa de no recordar.

Formato del ejercicio de entrevista

La misma que aparece ante la ausencia y que fue evidente al generar una discusión en torno al ejercicio. Pese a que la mayoría de elementos son naturales, justamente es eso lo que sucede, se naturalizan sin que la gente cauce especial fijación sobre datos simples como la identificación o más complejos como la dentadura. Pues no cabe en la imaginación que algún día se tengan que responder esas preguntas para emprender un proceso de búsqueda, pues no es normal, casual, cotidiano o natural que alguien desaparezca y como dice Ana “como esas cosas no deberían pasar, no estamos preparados para responderlo”. Aunque ronda la pregunta acerca de qué tanto conocemos a nuestros familiares, muchos podrían responder sobre su comida favorita, su rutina diaria, su carácter y actitud, elementos que diferencian las corporalidades pero van más allá justamente del mismo cuerpo. Preguntan por el ser y ese es uno de los desafíos de las ciencias forenses, mantener al familiar cercano a su ser querido, resaltando la importancia del cuerpo físico atravesado por el imaginario que cada uno a través del lenguaje construye en torno a este. La descripción continúa siendo subjetiva, al hacerse en comparación al sí mismo, que cambia acorde a quien realiza el relato.

De lo anterior salen dos elementos importantes, lo vital del lenguaje y la importancia de la fotografía para ir más allá de la propia subjetividad. Dicho lenguaje es de vital importancia, no solo a partir de la disposición corporal, la escucha atenta y el estar presente, Ana resalta la temporalidad en la que se habla y se une con la petición de Lina Rondón en el ejercicio previo. Es decir, cuando se habla sobre el familiar en pasado o como si estuviera muerto, el entrevistador se convierte en una especie de asesino simbólico. No solo del desaparecido, también en quien está buscando muere algo, muere la esperanza de imaginar al ausente vivo y ya no se piensa en cada detalle como determinante para encontrarlo, sino como parte de un proceso hacia la muerte, lo que hace más confuso ese no-lugar, ese vacío dado por la ausencia. Lo anterior, en vez de generar datos en el proceso de búsqueda que es lo suficientemente difícil al saber que cada detalle es decisivo, genera un bloqueo. Ana menciona que esto se empieza a solucionar cuando quien entrevista tiene clara la finalidad del formato y es evocar el recuerdo, traer al familiar al presente a través de la conversación, llenar la búsqueda de datos que alivian el dolor de no saber dónde se encuentra quien ha desaparecido, así el mismo recuerdo al no ser claro abrume el corazón.

Es allí donde el recurso fotográfico da mucha más información que la palabra. La imagen deja de ser subjetiva y se convierte en la misma para todos, es una herramienta que dota de mayor realidad a la palabra en el momento en el que está se agota, ya sea por los mismos mecanismos de guerra (Sontag, 2003) o durante el proceso de entrevista. La fotografía, como dice Sontag (2003) tiene la capacidad de  cargar con dos elementos que parecen contradictorios: ser objetiva, incontrovertible ante el registro de lo real, pero llevando consigo un punto de vista. Esto se reúne con lo mencionado por Ana, se vuelve un punto de referencia para ayudar a constatar la información, una pista que rompe con la subjetividad de la caracterización, pero que alimenta el punto de vista de quien narra, así como de quien escucha. El desaparecido aunque ausente está ahí, presente con la fotografía y la palabra en medio de los dos sujetos. Lo anterior, lleva a otro elemento importante que se dio en la discusión sobre el proceso de entrevista y es que la fotografía puede alimentarse de diversas miradas, no hay una interpretación estática. Así como el tiempo avanza el recuerdo también cambia, de lugar a lugar y de persona en persona, por lo que la información entregada en el encuentro no es única, puede cambiar y además puede hacerse con varios familiares, al tiempo que colectivamente rememoran al ausente.

A partir de lo anterior nace la necesidad de crear un lenguaje unificado no solo desde la imagen fotográfica, sino también en el registro de la denuncia para facilitar los procesos de búsqueda en donde se enmarcan las ciencias forenses, lo cual representa otro de los desafíos actualmente. Por medio del SIRDEC (Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres) se busca empalmar esos datos brindados por los familiares con los cadáveres que el Estado ha ido encontrando a través de diversos mecanismos. Ya que, aunque se espera que la muerte no sea el final del camino, esta, como se mencionó previamente, alivia y repara al darle lugar a quien no lo tenía, habilitando la posibilidad del duelo. Asimismo, el formato ingresado en este sistema, el Formato Nacional para Búsqueda de Personas Desaparecidas, el cual no difiere mucho del formato de entrevista dado por Ana durante el ejercicio, permite establecer de manera clara y en lo posible conjunta con los familiares y los organismos de búsqueda, no solo unas características físicas comparables más allá de la subjetividad, sino también un itinerario de Camino a la Exhumación.

Como metodología durante el seminario, Camino a la Exhumación es un ejercicio que muestra los pasos de una exhumación, tanto desde el punto de vista forense como desde el familiar. La instrucción parte de conformar tres grupos, entregándole a cada grupo un caso basado en hechos reales de lo que suele suceder en un proceso de exhumación, con sus aciertos y dificultades. Los casos van desde la señora que busca a su esposo y decide ir al lugar donde posiblemente será llevada a cabo la exhumación a pesar de sus dificultades económicas y de salud; hasta la señora que busca a su hijo pero no puede asistir a la diligencia y manda a otro de sus hijos aunque este muestre dificultades para presenciarla. Ana Carolina podría mostrar múltiples casos en los que ella ha estado presente, donde ella resalta que debe darse un proceso de exhumación acorde a la particularidad de cada caso. Cada caso es único y representa la unicidad de quien es buscado, de quien busca y de sus propios mecanismos de afrontamiento ante la singularidad de cada contexto. Cada vida es distinta y así como la desaparición genera una irrupción de la cotidianidad, el mismo proceso de exhumación también lo hace, resaltando la importancia de la voz de los familiares en este momento.

Cada quien decide si quiere estar presente o no, si quiere cantar, rezar, llorar e incluso “echar pala”, como dice Ana, mencionando que en ningún lugar esto está prohibido y puede aliviar al familiar en está difícil fase. Ya que, aunque es común para quien trabaja en ciencias forenses, es algo que casi nadie vive, que irrumpe y crea una montaña rusa de sensaciones, emociones, sentimientos que ante la falta de información pueden crear fantasías generadoras de más daño, daño que podría ser evitado. Por ello cada dato que pueda darse al familiar antes de ser trasladado al lugar donde la tierra es removida hace parte de la entrega digna que debe ser exigida al Estado, el cual es el responsable de la búsqueda de los y las desaparecidas. La claridad y mutuo acuerdo se vuelve el mayor garante de una entrega basada en el cumplimiento de los Derechos Humanos, ante la violación tan grande a estos que ha representado la desaparición forzada. Hasta aquí puede verse la importancia de tener un acompañamiento que prepare al familiar durante el proceso de exhumación, resaltando la presencia del equipo ACOPLE en la región en donde estas personas se pueden convertir en garantes de un proceso digno de entrega de cuerpos, pues Ana menciona “ojalá siempre tuviéramos apoyo psicosocial”. Paralelamente, es evidente la importancia de decisión de cada quien y de la claridad de hasta dónde puede llegar en el proceso. Así mismo, es importante informar acerca de los tipos de exhumación que se pueden hacer, es decir, una estatal o humanitaria en compañía de la CICR (Comisión Internacional de la Cruz Roja); si se hace en dos tiempos teniendo en cuenta a los victimarios y a los familiares, pues a veces es necesaria la presencia de ambos pero el familiar no soporta la presencia de quien desaparece a su ser querido; la información acerca de la zona y las dificultades que esta puede generar, pues hay lugares donde, por ejemplo, solo se puede llegar caminando largos tramos; entre tantos otros factores que parecen pequeños pero son determinantes y aseguran la reducción del daño.

Pero entonces “¿cuál es la labor del antropólogo forense en el proceso?” preguntó alguien en el salón y tiene que ver también con los desafíos que anteponen las ciencias forenses en general a esta disciplina específica. Hay varios elementos sobre la labor de un o una antropóloga forense en la exhumación. Un elemento tiene que ver directamente con los huesos, con el saber que cada pedacito encontrado sí es parte de un ser humano y que el orden y la disposición del cuerpo dan un significado a la forma como se enterró, el tiempo y el movimiento del cuerpo en la tierra. De igual manera, la antropología forense tiene una estrecha cercanía con la arqueología a la que Ana Carolina nombra como aquella que desentierra la historia y de donde se extraen las mismas técnicas para recuperar los cuerpos. En otras palabras, la antropología es una garante del proceso en términos de dignificación del cuerpo, del momento, de quién busca, de la historia misma y reconstrucción de la memoria desde las múltiples voces que narran un cuento. La antropología toma de la foto la presencia objetiva, pero también la subjetividad de quien tomó la foto y luego de quienes la miran, la buscan y la reincorporan en la realidad.

Finalmente, la exhumación lleva al encuentro de unos huesos, no solo en el sentido estricto del proceso, también en el ejercicio propuesto por Ana a los participantes del Seminario. Es decir, en la mitad del salón se encontraba un cuerpo hecho huesos que durante el ejercicio mencionado previamente estaba cubierto por mantas. Al ser descubierto este cuerpo ante los asistentes, fueron múltiples las reacciones generadas. Los rostros de quienes miraban se transformaron, la mirada cambió, algunos estaban llenos de asombro, el cual está cargado del no querer ver más, de angustia, de ansias de saber y conocer más, de asco e incluso un par de mujeres toman fotografías ¿Qué diferencia la experiencia ante los huesos? ¿Que genera que algunos se queden inmóviles, a otros les atraviese un escalofrío por el cuerpo y otros decidan congelar la imagen a través de una fotografía? Aunque no es posible saberlo a partir de la observación, es posible la hipótesis de que sean los mismos mecanismos de afrontamiento con los que cuenta el cada sujeto ante la desaparición y posterior entrega. Comunitariamente, con los otros, es donde esos mecanismos se fortalecen, se encuentran y empiezan a encontrar las distintas formas de elaboración del dolor ante todo lo inimaginable que ha dejado el conflicto armado en Colombia.  En el encuentro de las historias de vida que han construido conocimiento ya sea de forma experiencial, académica, investigativa; saberes psicológicos, forenses, artísticos. Una polifonía que permite entender dichos mecanismos de afrontamiento y permiten generar una ética de la escucha ante el dolor de los demás.

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

La fotografía más allá de la violencia que puede generar ante la muerte, se vuelve en realidad el deber fundamental de dejar constancia, se convierte en el componente de la memoria que narra la historia, que muestra al sufrimiento como parte de la vida misma. Se convierte en el recurso para narrar identidades, roles y sucesos que marcaron todo el proceso por el que pasa el desaparecido, que parece infinito, donde la imagen y el encuentro del cuerpo podría poner fin al vacío y a la ausencia. La fotografía dentro del imaginario social ha tomado diversos papeles en la obra de la realidad, ha sido testigo de la historia, ha contado fragmentos de la existencia en el montaje de esta, pero también ha excluido a través del encuadre (Sontag, 2003). La fotografía hoy es medio de verdad y mentira, de alegría y dolor, de tergiversar la realidad o manifestarla de lleno. Pero hay otro elemento mucho más fuerte al tener la posibilidad de estar destinada en potencia a todos: el  alivio, la contingencia del dolor. La foto marca la presencia de alguien que se fue sin dejar más rastro que su impresión sobre el papel, ante la fractura de la memoria muestra ambas caras, el entramado completo pero con su respectiva fragmentación, como un huesito que se rompe y aunque reparado sigue saliendo siempre en la radiografía. Allí se llega en la jornada del 31 de octubre, en la búsqueda de la foto como recurso de la experiencia y de la memoria, que abre posibilidades diferentes ante la ausencia, la guerra y la violencia. Una fotografía que desde la polifonía busca narrar las distintas Colombias que cohabitan en una sola.

 

La fotografía propia como manera de imaginar e imaginarse al otro, la fotografía como símbolo de lucha, como pasado en presente, como ausencia en presencia, como constituyente de la imagen individual (de la persona y sus memorias personales) y de la colectiva (de la violencia del país en la que esas fotos son el rastro), como localización de un no-lugar, forma visual de hablar, como una forma de hacer justicia, como guerra ante la invisibilización y silenciamiento de este crimen de lesa humanidad que es la desaparición forzada. Como se puede ver, el fotografiar se constituye como una herramienta que da paso a múltiples interpretaciones, significados y relaciones. Durante el Seminario Itinerante A La Escucha, el fotógrafo Álvaro Cardona propuso un taller que tenía como fin acercar a los participantes a la relación entre fotografía, guerra, construcción, destrucción e identidad.

Son las 8:35 am y a modo de introducción, Álvaro expone acerca de su trabajo y la importancia de la cercanía con las personas que lo protagonizan en su obra “Padre, Hijo y Espíritu Armado”. En esta obra, Cardona descubrió su interés por trabajar con la gente, alejándose así de una trayectoria dedicada a revistas cuyo principal público son personas que viven  las ciudades capitales, dentro de burbujas que los aíslan de la violencia que durante décadas ha estado azotando las zonas rurales. En nuestro país hay varias Colombias que se desconocen entre sí, menciona el fotógrafo.

Ubicándose en La Gabarra, Norte de Santander, Álvaro descubrió la importancia que tiene conocer las historias de la guerra y cómo la fotografía tiene el poder de unir generaciones y unir justamente esas Colombias múltiples. Cuando Álvaro empieza a exponer su trabajo, muestra justamente la carretera de este municipio en Norte de Santander y desde ahí ya empieza a crear cercanía, pues hay acuerdo ante la frase que alguien menciona “esa es como la de Chocó”, refiriéndose a la carretera, pero también evidenciando la intersección de las historias. La confluencia de historias, está presente en las fotografías de Cardona, ya que este trabajo específicamente se da por medio de  representaciones visuales que se logran por medio de la sobreposición de pedazos rasgados de fotos de sus familiares desaparecidos, ubicados en el pasado y solo presentes en ese momento de captura por medio de esa imagen, sobre el rostro de quien busca en el hoy. Así, vemos como “la articulación estética de la fotografía apunta a la (re)construcción en tiempo presente de la memoria y de la identidad.” (Durán, 2006, p.131). Este postulado aplica tanto para la víctima de desaparición forzada como para su familiar.

Una de las personas que Álvaro fotografió en este trabajo es Luisa Benites o como él la llama con un cariño que le hace brillar los ojos: Lucy, a quien la guerra le jugó en contra, llevándose a sus dos hijos a filas opuestas. La propuesta del fotógrafo se basaba en coger las fotos con las que se busca a los desaparecidos y magnificarlas hasta el tamaño real. Álvaro narra que cuando está en casa de Lucy el patio estaba oscuro, todo el pueblo estaba en silencio, por lo que él decide poner música para empezar a buscar un momento sublime y tranquilo. Al estar frente a ella, Álvaro comienza a rasgar la foto de Luis, uno de los hijos. Dicha foto, aquella que Álvaro puede obtener para ampliar, era de lo único que le quedaba a ella, por lo que el fotógrafo trae a colación el día anterior distinguiendo por qué se había resaltado la importancia de la fotografía, “porque en esta foto está él”. Mientras realiza la acción se da cuenta que Lucy está llorando, pues con estas rasgaduras de papel, Cardona estaba siendo, sin intención de ello, un victimario simbólico “estar cortando la foto era estar cortando su ser como lo hicieron los paramilitares”. Aquí Álvaro encuentra otro significado para las rasgaduras “son recortes rasgados porque el conflicto en Colombia nos ha rasgado la vida a todos” donde varias de las participantes asienten con la cabeza y una dice en voz alta “si señor”. Entonces, la fotografía era la representación no solo del conflicto y de la justicia que se busca, sino también de los desaparecidos en vida. Álvaro, dándose cuenta de la situación, deja las fotografías a un lado y sin saber de dónde salen las palabras, le dice: “Ey Lucy, estás despelucada” y le empieza a organizar el cabello como una manera de remediar el dolor causado por la guerra en dos sentidos. El primero, a manos de grupos armados directamente y el segundo, ocasionado por la indiferencia de todo el país y el “no reaccionar” que, tristemente, nos caracteriza. Luego de esta acción, Luisa le dice “Luis” y después de un silencio: “Ahora sí”. De esta manera, se tomó la primera fotografía de “Padre, Hijo y Espíritu Armado”, de esta forma se pudo traer a Luis y su desaparición en el rostro de Lucy, por medio de indagar en las historias, los vacíos, los dolores de quien lucha por encontrar y la necesidad del fotógrafo por no establecer la cámara como barrera sino como puente.

La foto de Luisa y Luis es la de la madre, la poeta, dónde su palabra “es un alma”. Esta madre, como muchas en Colombia se puso a disposición de la búsqueda y en esta se quedó hasta el final de sus días. Buscó sin importar las veces que su vida estuvo en riesgo, como aquella vez que estuvo frente a Salvatore Mancuso exigiendo verdad y justicia y al mirar a su alrededor estaba sola, como una fotografía que nadie mira ni cuida. ¿Cuán solas han estado las personas que buscan y exigen justicia? “muchas mujeres en este país han muerto esperando”, resalta Yaira, una de las participantes de ACOPLE. Uno de los hijos de Luisa fue desaparecido a través de una ejecución extrajudicial, el otro fue entregado a los paramilitares por “desjuiciado”. La importancia del álbum familiar radica entonces en marcar el proceso de búsqueda, de vida, y cómo Álvaro nos narra, de justicia, de catarsis y de exigencia de verdad. Las fotos de “Padre, Hijo y Espíritu Armado”, son de nuevo tres tiempos en uno solo. Son fotos de momentos felices sobre un rostro que marca la tristeza del presente, pero se vuelve exigencia ante la sociedad y el Estado, que ha llevado más que al futuro, al infinito. Donde un corazón late como esos sonidos del big bang que han ido retumbando en la infinitud del vacío en el espacio del universo. Un sonido que como los desaparecidos no sabemos dónde está, pero que retumba como ellos dentro de nosotros.

De este modo, Cardona ve en la fotografía la opción de las víctimas de hablar y mostrarse. Pues los actores armados tienen espacios en donde cuentan sus atrocidades, pero las personas afectadas difícilmente son escuchadas, ni durante la búsqueda ni después de ella. Así, en las fotos se les da una voz traducida sensorialmente a un estímulo visual que transmite a gritos silenciosos lo que constituye una víctima, que no es sólo dolor y lucha sino que está integrado como identidad por otras cosas que tendemos a dejar de lado. Álvaro genera una especie de sinestesia de los sentidos, de retar la imaginación haciendo que los colores sean sensaciones táctiles, lo visual se vuelva sonoro a través del grito del pasado en el presente. Además, el proyecto les permite y da fuerza para seguir porque se encuentran simbólicamente con lo que buscan. Como dice Álvaro: “¿Por qué esa foto tiene tanto poder? Descubrí que la fotografía es acción y que en los objetos de los sobrevivientes del desaparecido forzado está lo que se busca, la persona que se busca.” Es decir, que en la presencia de los objetos se ubica la ausencia de los desaparecidos y se le da una materialidad que permite anclar en cierto sentido la incertidumbre que caracteriza este crimen de lesa humanidad. Así como Álvaro la violentó simbólicamente, encontró en la fotografía una reparación simbólica, “descubrí que eso para mí era la asistencia psicosocial, darle en cierta forma lo que ella había perdido, aunque sea su imagen podía devolverle”.

Algo particular del trabajo del fotógrafo es el bautizo a sus obras con palabras que tienen doble sentido. En el caso de “Padre, Hijo y Espíritu Armado”  la última palabra se puede tomar de dos maneras: por un lado, se refiere al conflicto armado, es decir que hace referencia a las armas y como la guerra trasciende en varios escenarios de la vida: las uniones familiares, los nexos sociales y la identidad propia. Por el otro lado, armado se refiere a “unir o ajustar entre sí adecuadamente las piezas que componen algo para que pueda cumplir su función.” (RAE, 2001) Se podría pensar en esta obra de Álvaro como la manera de unir adecuadamente las partes del pasado, representado por la presencia, y el presente, en donde el ser amado, sin la r, está ausente, para que quien busca pueda ser beneficiado. Este mismo juego de palabras cobra sentido en la obra más reciente del fotógrafo, que tuvimos la oportunidad de presenciar en Quibdó. La obra “Corazón Sangrante” (2017) consiste, en pocas palabras en dar una matera a los familiares con la fotografía del desaparecido. Dentro del recipiente crece una planta, que en Colombia llamamos también mata. He aquí el doble sentido, en la matera se encuentra la mata como representación de la muerte y la mata como muestra de vida. Indiscutiblemente, la planta da vida a la muerte y funciona como un gris entre algo que está vivo pero no es humano.

Para entender lo que fue Corazón Sangrante, Álvaro comienza con una pregunta:

“¿Para qué la fotografía?»:

  • Es inmortalización del momento
  • Es contar una historia que habla por sí sola que tiene su propia interpretación de acuerdo a los ojos que la miren
  • Para mí una fotografía es sentir que una persona está ahí, conmigo
  • Algo que tiene presencia, una fotografía puede contener algo de quien no está
  • Puede ser una herramienta para buscar
  • Yo también pienso que guardar esa fotografía es parte de la historia, es como hacer una cronología de la historia que vivimos como si fuera registro de una vida.
  • Depende de la cultura, los indígenas por ejemplo no se dejan tomar fotografías porque dicen “que se lleva un poco de su alma.”

Y en esa última participación respecto a la pregunta aparece a lo que Álvaro quería llegar. Lo cual se refería a entender cada persona que fotografiaba, sus creencias, su cosmogonía, su forma de las curvas que cada árbol toma al crecer y la velocidad con que cada corazón late. Era ponerse en los pies del otro y seguir su ritmo de caminata, seguir esos pies de ese indígena presente en Corazón Sangrante que no se veía a sí mismo como individuo particular. Ponerse en los pies de los indígenas “también era entender qué era la fotografía para ellos y que ellos no son uno, son un grupo”, dice Álvaro. Sus categorías de individuo y sociedad no están tan separadas a diferencia de la cultura occidental, sino que son una sola, “ellos no son uno, ellos actúan como cuerpo”, agrega Cardona. Al igual que un álbum familiar, en donde cada foto tiene voz, pero el álbum se convierte en cuerpo, que recuerda, “como que llama, como que atrae, si usted ve un álbum solo al momentico ya hay alguien al lado”, dice una de las participantes. Paralelamente la foto, como se ha venido relatando a lo largo del texto, no es foto por sí sola, esta implica un cuidado que a su vez llama a cuidar del otro, tanto quien posee la fotografía como quien está allí plasmado. De ahí nace una voz muy importante y es de resaltar antes de seguir con el relato de la actividad, y es la ética ante la imagen, donde “el tema de la memoria histórica y el tratamiento ético de los medios de comunicación, en una época donde se toman fotos a toda hora, la ética le da el valor, le restituye el valor a un trabajo como este” dice una asistente al Seminario. Ella en su participación resaltó uno de los objetivos primordiales con los que se ha realizado este proceso itinerante en torno a la pregunta de cómo escuchar éticamente el dolor del otro, cómo hacerlo en una época en donde el dolor parece resaltar más las historias que la misma potencia de cada vivencia. En ese sentido, el trabajo de Álvaro resalta las múltiples formas de generar una escucha ética, en donde las artes se vuelven una forma de dar valor, significado y convertirse en parte de una memoria histórica diversa, polifónica y ante todo, digna.

“Las mujeres decimos que nosotras no parimos hijos e hijas para la guerra”  – Yaira, Equipo ACOPLE (2017)

Por ello, el trabajo que se realizó en Quibdó no fue solo una exposición en donde Álvaro transmitió sus conocimientos e historias profesionales y emocionales. En el seminario se planteó un taller especial que sólo se puede entender si previamente se ha expresado la sensibilidad del fotógrafo. Porque como él dice, la fotografía es un encuentro, “nos hace ver iguales, humanos, no tengo que ser nada particular, soy un ser humano que está con otro ser”. De esta forma, el primer paso de la actividad consistió en que Álvaro les tomaba a cada uno de los asistentes una foto instantánea. Uno a uno se iban acercando a un pequeñísimo estudio fotográfico que se montó en el salón en donde estaba teniendo lugar el Seminario. Algunas mujeres expresaron una actitud reacia hacia las fotos, pero al final todos tenían en sus manos la foto que se les tomó.

Tomar la foto no fue algo rápido y superficial, Álvaro les habló a cada una, les preguntó cómo estaban, les dijo cómo pararse, les recomendó cómo y cuándo mirar a la cámara, es decir, trató de crear un momento íntimo y cercano con ellas. Cuando empieza el ejercicio se dan distintas dinámicas. Acomodación de cabello, trenzas que se sueltan, historias que se cuentan; “suelta tu cuerpo, relájate, mueve los hombros, siéntete libre”. Una fotografía que reúne imagen y cuerpo, el movimiento del cuerpo algo soltó y algo dejó entrar. Ella no quiere, él la abraza y ella “ayy hombre”, se acomoda mientras en este caso es el fotógrafo quien se mueve más que ella, esta vez es él quien algo deja ir, ella mira a la cámara le tiemblan los labios, la nariz, flash, se tomó la foto y aunque se negó durante el proceso se va contoneando las caderas. De este detalle de la relación fotográfica, parece que el fotógrafo busca los rasgos más distintivos de quien fotografía, en la espontaneidad del momento saca un ser que cuenta una historia desde la ruptura, en donde aquí rasgar, es resaltar el rasgo y de nuevo se convierte en curar. Así, la foto adquirió cierta importancia para quien era retratado, no sólo por tratarse de una imagen fiel a la realidad que son ellos mismos, sino por la profundidad emocional del momento en el que salía el flash, seguido por el papel fotográfico saliendo de la cámara y luego revelándose en los siguientes minutos de una manera casi mágica. Muchos de los participantes no habían visto antes una cámara Polaroid por lo que el momento adquirió una novedad y entusiasmo distintivo. Un flash que en el relámpago, entro a la mirada y al corazón, dio cuenta de sentimientos y sensaciones, cambio la disposición ante el latir del presente.

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

El ejercicio proponía en cada momento algunas reflexiones que se generaban alrededor de preguntas, en donde las discusiones de las respuestas se realizaron al final de la actividad. Mientras se revelaba la foto, cada uno debía responder individualmente la pregunta ¿qué significa ser visible/invisible? En este sentido, se planteó la propuesta de que escuchar al otro es una forma de darle visibilidad, pero ver al otro en una foto es también escucharlo por medio de los ojos. Así “(…) la fotografía toma gran sentido porque como lo planteó Barthes (2004): veo, siento, luego noto, miro y pienso” (Castillo, 2004, p.109). Lo que expone Barthes tiene gran significado en el sentido que somos visibles y sensibles primero cuando alguien nos ve en una fotografía y luego sí interviene el pensamiento. Esta visibilidad se da primero por los sentidos y luego racionalmente. Cabe mencionar que en los últimos tiempos, nos hemos convertido en una sociedad que está cada vez más enfrentada a múltiples estímulos visuales. Lo anterior, nos lleva a interrogarnos respecto a si somos más sensibles ante el lenguaje visual, comparado por ejemplo con el verbal, o si por el contrario al tener tanta exposición, nos volvemos ciegos de alguna manera.

De acuerdo a lo anterior, no es en vano resaltar que:

«la fotografía es vista como un medio presente y decisivo en nuestro entorno de comunicación, ya que las imágenes conviven con nosotros desarrollando un papel importante en los medios de comunicación, puesto que en el mundo contemporáneo el ser humano, aun cuando no sea consciente depende totalmente de la imagen. Así en el mundo actual, coleccionar fotografías es como coleccionar el mundo, porque accedimos al mundo a través de ellas. Como ya se ha mencionado, la fotografía es un medio de prueba de que algo ha sucedido. «(Castillo, 2009, p. 3)

Así, apartándose de la magna cantidad de imágenes que nos rodea, en la desaparición forzada la fotografía es representante de existencia. Ya que, en el momento de captura de la fotografía, lejano o cercano, la persona que está en la imagen vivió y la imagen es un momento que captura la vitalidad de quien ya no está. “Mucho se ha escrito acerca del uso de estas fotografías como tentativa de sacar del anonimato a cada desaparecido, de devolverle su identidad y de ser asentadas como “prueba”, ya no de la desaparición de cada persona, sino de su existencia previa.” (Feld, 2010, p. 3)

En la misma línea de pensamiento, se podría discutir acerca de la forma en la cual se puede escuchar y ver a los invisibles. Esta invisibilidad está directamente ligada con una ausencia y con la incapacidad de materializar a alguien. Al contar historias y traer a los personajes al presente por medio de las palabras, la fotografía es una manera de contrarrestar la invisibilidad. Y aunque suena bastante obvio es un asunto del cual vale la pena reflexionar, volviendo al planteamiento de que vivimos en una Colombia donde conviven varios países sin conocerse. La fotografía podría jugar un papel fundamental en juntar esas sociedades que aunque tienen una misma denominación de origen parecen más separadas cada día por fronteras invisibles que son aceptadas y naturalizadas.

Algunas de las conclusiones que se alcanzaron con esta primera sesión de discusión acerca de lo visible y lo invisible, fueron la interiorización de que en algunos momentos somos lo primero, mientras que en otro somos lo segundo. Y esto último no necesariamente es malo, sino que por momentos está bien, para tener por ejemplo privacidad de pensamiento. El problema de la invisibilización se da cuando es permanente porque es similar a restar importancia, ignorar y olvidar. Así mismo, se acordó que no se debe acotar lo existente a lo conocido, sino que se debe aceptar el hecho de que las cosas están ahí incluso si no las entendemos del todo. Un ejemplo de esto son los idiomas que no hablamos, sin entenderlos aún existen. Lo anterior, está hilado a la idea de que se puede existir aunque el otro no nos reconozca y en este punto vale la pena preguntarse si ese existir está relacionado con el reconocimiento propio y con hacernos visibles para nosotros mismos. Cuando estas consecuencias se trasladan al contexto actual Colombiano, se podría pensar que el acuerdo que pone fin a parte de las hostilidades del conflicto armado colombiano, debe pensar en hacer visibles a víctimas y victimarios. En este último grupo se pueden incluir los combatientes, que deben ser concebidos como seres humanos también. Este es un momento fundamental para reconstruir nuestro país y en el cual todos podemos ayudar a reconstruir la vida de quienes nos rodean.

Volviendo al ejercicio, cuando todos los asistentes tuvieron sus fotos. Fueron repartidos en grupos. A cada grupo se le entregaron unas tijeras de color verde, que representaban el conflicto armado. Es interesante como el color verde representa tanto la naturaleza, vida y esperanza y al mismo tiempo está en los uniformes de la guerra y en el monte, en donde se desarrollan en mayor medida los enfrentamientos armados. Cuando todos los grupos tenían las tijeras, se les dio la instrucción de cortar la foto propia. Estos cortes son la metáfora de la violencia y como esta transgrede a las personas y su identidad, representada en la foto. La reacción general ante la instrucción fue de rechazo. Nadie quería cortarse a sí mismo, nadie quiere que la guerra lo alcance. “Nunca me había tocado destruir una foto así”, comentaba una asistente al mismo tiempo que cortaba. Allí también salieron relaciones a flote, relaciones entre ellas, con su imagen y la de los otros, la relación con la guerra y la violencia que esta ha traído consigo. Nadie dijo a los asistentes cómo cortar, era libre, pero la foto tenía que quedar fragmentada, así como queda la persona cuando la guerra llega a su vida. Al preguntarles cómo se sintieron cuando se cortaron, exponían que era como violentarse: “yo sentí como si me estuviera suicidando”. En este sentido, vemos la enorme relación que damos entre la fotografía y la identidad, pues cuando se corta una se destruye también la otra.

Además de la relación personal con la fotografía, los participantes expresaron que habían sentido un cambio brusco entre la felicidad de tener la foto en sus manos, esta que les sorprendía y admiraban, y luego tristeza por tener que destruirse a sí mismos. Otra reacción que tuvieron fue “escalofrío porque imaginé como si fuera alguien cortando a otra persona”, es decir, que también hay cierto proceso de ponerse en el papel de alguien que ha acabado con la identidad de otro.

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

Mientras cortaban se propuso la pregunta de ¿qué es la violencia? En este punto se presentaron discusiones relacionadas con la violencia y las personas. Se podría ver la violencia de varias maneras. En primera instancia, como un desconocimiento de la humanidad y la historia del otro, lo que está ligado con ese invisibilizar permanentemente del que se habló anteriormente. En segundo lugar, en el ámbito social, el acto de violentar se asoció con “desmembrar el tejido social” en un sentido casi sistémico, en el cual si falta o se altera una de las partes del sistema, todo este sufre un cambio y se debe adaptar. Luego, se relacionó la violencia con la política, describiéndola como “un acto de barbarie en nombre del poder”. En cuanto a las consecuencias se evidenció una conexión clave del ejercicio con la realidad. Pues se comentó que el conflicto deja huellas imborrables y “marca para siempre”. Entonces, se podría indagar acerca de la temporalidad del conflicto: se originó en el pasado, se vive en el presente y no se desvanece en el futuro. Como la fotografía: la imagen se tomó en el pasado, se mantiene e interviene simbólicamente en el presente y se añora en el futuro. Claro que es posible superar las secuelas que deja tanto el conflicto como el corte simbólico, pero jamás se deben olvidar los cambios que generó y como es una línea que marca un nuevo modo de sentir, pensar y actuar, creando nuevas cicatrices desde las que se construye un nuevo vivir y concebir. Entonces, siguiendo con la pregunta eje del seminario en torno a la desaparición forzada, puede verse la imagen como otra forma de reconstrucción. Pues si la desaparición forzada altera, fragmenta y rompe con los tiempos, la fotografía puede empezar a restablecer el orden de los tiempos, por lo tanto de los espacios y así también, reconfigura los cuerpos, las identidades y las familias.

Cuando las fotos estuvieron en pedazos, se dio la siguiente instrucción por parte de Álvaro: con cinta, volverse a armar. Algunas personas habían realizado pocos cortes por lo que les fue más fácil realizar la reconstrucción. Cuando lograban rehacer sus fotos se notaba felicidad en los rostros. Sin embargo, hubo una persona que fracturó muchas veces su fotografía y le era difícil reconstruirse sola. En este punto se dio una diferenciación entre la reconstrucción de memoria individual y la colectiva. Quienes ya habían alcanzado el objetivo de rearmar la imagen, acudieron para ayudar a esta persona y de manera grupal ayudarle a armarse de nuevo a sí misma. Ese reconstruir es una forma de darle sentido y unidad a un cuerpo que ha sido destrozado por la guerra y que, en consecuencia, ya no tiene sentido pues la fractura ocurre a nivel identitario, familiar y social. Una guerra que no ha destruido de la misma manera y que evidencia que no todos cuentan con los mismos recursos para reconstruirse. Es decir, que tiene total validez afirmar que no es una grieta menor. Este ejercicio apela simbólicamente a entender que, como menciona Castillo (2009), “[l]a fotografía del detenido desaparecido debe ser comprendida como una construcción de la memoria colectiva, además como una constructora de memoria individual y de identidad”. (p. 114)

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

Luego de armar la fotografía, una de las participantes mencionó que “al tocarla se sienten las grietas”, refiriéndose a las rajas que quedan entre trozo y trozo. Estas, aunque ya no estén abiertas representan una cicatriz perceptible tanto al tacto como a la visión. Sin embargo, es importante concebir esa persona que queda después de la guerra como algo más que esa herida. Como menciona Durán (2006) “[l]a identidad no es una esencia que permanece inalterable a los cambios históricos y culturales.” (p.136). Más bien, lo que se es, debe concebirse como una planta que está en continuo cambio, absorbiendo su entorno y adaptándose constantemente. Entonces, esa persona que se reconstruyó luego de la guerra, aunque no es la misma de antes no es tampoco solo la herida.

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

La última tarea que se les dio a los asistentes consistía en decir: ¿por qué resistir? y escribirlo en la parte inferior de su fotografía rearmada. La respuesta está ampliamente relacionada a las razones que las personas ven para seguir luchando y colaborando entre sí. Entre las respuestas se encontraban los familiares, las personas que los rodeaban, ayudar a los demás. Es decir, que en muchos casos son las relaciones sociales que impulsan a las personas a seguir resistiendo. Otro grupo de respuestas se refería a valores y características más personales como “por cualidad ancestral” o herencia, “por dignidad”, “por pasión”, “porque soy fuerte”. Estas descripciones de sí mismos se dan luego de un proceso de introspección y conocerse interiormente, lo que les permite tener herramientas para afrontar los problemas que les sobrevienen. Por último, se expresaron fines como “sanar”, lo que es interesante porque implica que el resistir ayuda a sanar al sí mismo y tener esperanza luego del conflicto y su ala negra.

“La fotografía me hizo sentir que no soy solo yo, también somos el otro”

Por medio de este taller, Álvaro Cardona logró acercar a los participantes del Seminario a la realidad de lo que hace la guerra en las personas: fragmentarlas en muchos niveles. Sin embargo, también es diciente de que las víctimas, no son tan solo eso y pueden reconstruírse en el presente, aunque existen las cicatrices de la violencia que se perpetró contra ellos o sus familiares. Entonces, en el caso particular de la desaparición forzada, las fotografías “ya no sólo constituyen una forma de contrarrestar la operación de borramiento o de testimoniar la ausencia, sino que, en el juego entre su veridicción constitutiva y la invención artística conjugan un escenario de contrastes tan evidentes como dolorosos, abriendo un diálogo fecundo y necesario entre generaciones.” (Durán, 2006, p. 141). El ejercicio tiene el potencial, de realizarse en otros contextos, de acercar las Colombias y crear así un escenario de comprensión más cercano a las víctimas del conflicto.

A modo de conclusión, se pueden presentar las características imprescindibles a la fotografía que presenta Roland Barthes (2004): primero, la fotografía reproduce tal cual una situación. Si algo está en imagen se puede decir que realmente existió, que no es una creación de la imaginación y que, en el caso de los desaparecidos forzados, el Estado debe cumplir con su obligación de buscar a la persona retratada. Lo segundo que menciona Barthes se refiere a que “la fotografía, particularmente en su función de retrato y por tanto la acción de posar, implica una experiencia de hacer del sujeto un objeto” (Barthes, 2004, p. 58). En esa objetivización la persona está presente hasta que la fotografía lo esté. Entonces una fotografía implica en sí misma un tipo de supervivencia en el presente de quien desapareció. Dado lo anterior, podemos comprender que haya un gran apego de los familiares a las fotografías de sus desaparecidos y que estas sean utilizadas como bandera de lucha y de persistencia. Por último, Barthes refiere a “la fotografía como imagen de la muerte, porque aquello que está en ella jamás volverá a estarlo fuera de ella”. (Barthes, 2004, p. 58). En este sentido, la fotografía, como las palabras con las que bautiza Cardona a sus obras, está ubicada en un limbo entre la vida de quien retrata y la muerte del momento en que la imagen fue capturada, pues ya pasó y no se vivirá de nuevo. La fotografía como en el caso de Ana Carolina, se vuelve un marco de justicia y verdad, para obtener reparación y un proceso de búsqueda y entrega digno. Para el trabajo psicosocial, se vuelve una catarsis en sí misma, una resiliencia de aquello que existió como recuerdo feliz y que permite a los sujetos continuar incluso con las grietas que genera el dolor. Grietas que rompen el cemento de aquel relato que ha sido contado de una sola forma en tiempos pasados, pero que en tiempos de posconflicto, rescata la tierra debajo del asfalto, haciendo nacer raíces y árboles de fortaleza ante un conflicto tan extenso como el que se ha vivido, nutrido por las comunidades emocionales que se han gestado en torno a este.

Lina Samper, Archivo Ética de la Escucha

“Yo quiero mi foto libre, con mis brazos libres, con mis puños de libertad, esa es mi foto de siempre después del desplazamiento”

 

 

Referencias:

Castillo, E. S. S. (2009). Detenidos Desaparecidos Ausencia y presencia a través de la imagen fotográfica. Revista electrónica de psicología política, 7(21).

Durán, V. (2006). Fotografías y desaparecidos: ausencias presentes. Cuadernos de antropología social, (24), 131-144.

Feld, C. (2010). Imagen, memoria y desaparición: Una reflexión sobre los diversos soportes audiovisuales de la memoria. Aletheia, 1(1).

Gallo, L. & Aranguren, J. P., (2016). Ante el dolor de los demás: fotógrafos del conflicto en Colombia contemporánea (tesis de pregrado). Universidad de los Andes, Colombia.

Gatti, G., (2008). El detenido-desaparecido, narrativas posibles para una catástrofe de la identidad. Montevideo, Uruguay: Ediciones Trilce.

Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española (22.aed.). Consultado en http://www.rae.es/rae.html

Richard, Nelly (2000). “Imagen-recuerdo y borraduras”. En: Políticas y estéticas de la memoria. Cuarto Propio, Madrid, 165-172.

Richard, Nelly (1998). Residuos y metáforas. Ensayos de crítica cultural sobre el Chile de la transición. Cuarto Propio, Santiago de Chile.

Ruíz, P., (2016). La ausencia desde el teatro o el teatro desde la ausencia: la experiencia del actor de teatro al representar la desaparición (tesis de pregrado). Universidad de los Andes, Colombia.

Sontag, S. (2003). Ante el dolor de los demás. Bogotá: Alfaguara.

 

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